El dinero, claro, siempre ha estado ahí, listo para volvernos majaretas: la codicia, la ambición, la sed de poder, el clasismo, el egoismo, la pérdida del sentido de la solidaridad y aun de la más mínima empatía social... Maldito parné. Por su culpita, los intelectuales orgánicos cambian de acera (la derecha neoconservadora paga mejor), los propietarios de algo (un piso en la ciudad, un apartamento en las colmenas playeras) se consideran clase media-alta, los españoles de pro miran de reojo a los pobres inmigrantes indocumentados y todo el que puede ser arrima al buen árbol de los poderes fácticos porque allí hay también buena sombra.

PERO AQUÍestán pasando muchas más cosas. Por ejemplo la transformación de los mecanismos que crean opinión pública. La tremenda hegemonía del complejo audiovisual en el universo de los medios de comunicación de masas ha trastornado el carácter de los mensajes. Se busca la inmediatez, la simplicidad, el impacto, la espectacularidad. La televisión aspira antes que nada a entretener a sus usuarios para mantenerlos prendidos a su señal. Y como el personal cada vez se muestra más reacio a esforzarse, lo propio es darle productos de fácil digestión: naderías, fruslerías, morbosidades, famoseríos y todo lo que se relaciona con ese gran género que llamamos reallity show. La vida ya no es objeto de reflexión sino un espectáculo repleto de emociones, clavadito al que se daba en los circos de Roma para entretenimiento de la peble.

Los medios están enamorados del dinero, por supuesto. En pocos de ellos conservan los profesionales del periodismo algún poder interno frente a los gestores. La ética se ha ido por el desagüe. Todo por la pasta.

Por tales causas, una realidad crecientemente compleja es descrita de forma más y más superficial. Hasta los grandes diarios norteamericanos que se autoproclaman liberales se tragaron las burdas intoxicaciones de la Casa Blanca sobre las armas de destrucción masiva iraquíes. Pocos tuvieron lo que hay que tener para asomarse a la verdad. Nadie quería perder las buenas relaciones, la respetabilidad, las inversiones publicitarias y las exclusivas que ofrecen los que manejan el cotarro.

Así funciona el tema. El otro día, en Antena 3 daban un debate (por llamarlo de alguna forma) sobre el carnet por puntos. Me quedé flipado al oír lo que allí se dijo. Un menda que desconozco (no estoy muy puesto en lo referido a las celebridades televisivas) imitaba los fingidos raptos de histeria de Boris Izaguirre para asegurar que si uno se compra un Ferrari... "¡Cómo va luego a circular por la autopista a sólo ciento veinte por horaaa!". El público, integrado por pobre gente que en su vida se subirá a un Testarrossa, aplaudía encantado. Miguel Ángel Rodríguez, aquel tipo que actúo como portavoz del Gobierno Aznar, hacia coñas marineras con la posibilidad de ir en auto con bastantes copas de más. "¡Como va a conducir el chófer! ¡Jo, jo, jo!".

Hasta un escritor tan fino como Javier Marías se ha permitido darse al exabrupto en su artículo del País Semanal a costa del director general de Tráfico, a quien puso a caldo recientemente sin dignarse profundizar ni medio milímetro sobre el problema de la seguridad vial. Tal que si miles de muertos y otros miles más de inválidos y lesionados cerebrales fuesen un asunto trivial, una risión.

El carnet por puntos existe en los principales países europeos. ¡Bah, valiente melonada! También son comunes al otro lado de los Pirineos las normativas fuertemente restrictivas (sobre todo en el terreno de la publicidad) en relación con las bebidas alcohólicas (todas ellas) y su consumo por los jóvenes. Sin embargo, en España, la cretinez y el conservadurismo (soterrado u obvio) del tinglado mediático-político impidió tratar la cuestión de forma ponderada. El Gobierno se vio forzado a envainársela. Pero los fines de semana decenas de chicas y chicos acaban en coma etílico y algunos mueren a la puerta de las discotecas.

ESTOSfenómenos tienen una proyección ideológica bastante evidente. Le vienen como anillo al dedo a la presentación argumental de la nueva y la vieja derecha (que en realidad son una sola). Denostar sin argumentos de fondo la asignatura Educación de la Ciudadanía y anunciar el boicot a la misma puede hacerse cuando previamente se ha puesto un muro de ruido, titulares llamativos y enormes lugares comunes para que muy pocos se enteren de cómo es la susodicha materia, de su absoluta correlación con los preceptos constitucionales y de su existencia tal cual en la práctica totalidad de la Europa civilizada. Se comprende no obstante esa hostilidad episcopal y conservadora a que niños y jóvenes aprendan los rudimentos de la democracia. Si se enteran del tema, a lo mejor luego no es tan fácil escandalizarles ante la eventualidad de que los navarros decidan algún día si quieren o no incorporarse al País Vasco. Esa posibilidad aparece de forma literal en la Constitución. Pero corramos un estúpido velo. Pasta y tele. Pan y circo. ¡Ah si los césares hubiesen podido disponer de los adecuados instrumentos electrónicos!