Ni el hábito hace al monje, ni el lenguaje al discurso, pero en ambos casos, apariencia y apelativos son origen de prejuicios, muchas veces con una fuerte carga peyorativa. ¿Qué es un discapacitado? Según la RAE, alguien que padece una disminución; que tiene limitada su capacidad física, sensorial o psíquica. Vamos, alguien como Stephen Hawking, ¿no? Ciertamente, el famoso científico constituye un ejemplo perfecto de restricciones físicas y sensoriales, obstáculos que no le impidieron desarrollar otras facultades ni destacar como una de las mentes más brillantes de la humanidad. Para Hawking, el talento reside en la capacidad de adaptación a cualquier situación; su mayor éxito, la comunicación, a pesar de su dependencia de un sintetizador de voz. Todos, ya desde el nacimiento y por herencia genética, manifestamos diferencias de aptitudes; tenemos propensión a hacer mejor unas cosas que otras; somos genios en algo y poco hábiles en otras muchas facetas de la vida; por tanto, podemos evaluar nuestra capacidad personal y la ajena mediante el rendimiento en un área determinada, por el promedio en todas ellas o, mejor aún, no juzgar y aceptarnos a nosotros mismos y a los demás sin valoraciones ni ideas preconcebidas. ¿Hablamos, pues, de diversidad funcional en lugar de discapacidad? El atletismo paralímpico proporciona buenas muestras de todo lo que se puede conseguir con tesón y voluntad, potencias donde de verdad destacó Stephen Hawking, y perfectamente descritas mediante una sola y excelsa palabra: superación. Por lo demás, la tenacidad bien merece ser objeto de discriminación positiva. Y, ya en ello, es de justicia reconocer el mérito de quienes de forma altruista, a pesar de la escasa recompensa material, hacen vocación de la ayuda a sus semejantes.

*Escritora