La presidenta de Aragón, Luisa Fernanda Rudi, y el presidente de las Cortes, José Ángel Biel, pronunciaron el pasado jueves, a un mes de las elecciones y con motivo del Día de Aragón, sus últimos discursos institucionales de la legislatura. Respecto del segundo, suponía además el corolario a 38 años de vida pública ininterrumpida.

Ambas disertaciones tuvieron espacios comunes, sobre todo la defensa de los valores constitucionales, el ensalzamiento de las virtudes del autogobierno y la reivindicación de la política como un noble arte necesario frente a la "sinvergonzonería" (por usar el término elegido por el propio líder aragonesista) de una minoría corrupta que hay que erradicar. Pero también mostraron diferencias de fondo. La más importante fue el mensaje de alerta sobre la "antipolítica" lanzado por la dirigente autonómica del PP en un contexto de presumible atomización del voto que obligará a pactos complejos después del 24-M.

No es la primera vez que Rudi pronuncia advertencias acerca de la deriva de determinados movimientos ciudadanos plasmados hoy, cuatro años después del 15-M, en partidos políticos organizados o en coaliciones electorales. Ni tampoco es nueva en alertar de los riesgos que supondría pasar del necesario pluralismo de una sociedad avanzada a una peligrosa inestabilidad institucional que sepultara una larga etapa democrática de consolidación de derechos y libertades.

Rudi se considera cargada de argumentos para reivindicarse como garante de esa estabilidad necesaria, y probablemente no le falte razón, pero tiene un grave problema respecto de su partido en Madrid. Por mucho que en Aragón se prometan respuestas enérgicas contra los corruptos, e incluso contra quienes tengan un comportamiento reprobable, la situación general del PP y la imagen que proyecta hacia el ciudadano son bien distintas. Ahí está el ejemplo de los del presidente extremeño a Canarias con cargo al erario público, que acabaron costando el puesto al diputado popular de Teruel que también se desplazaba a las islas para ver a su novia. La polémica se suscitó entre Mérida y Madrid, con Monago como pieza a batir, pero acabó con la cabeza de Carlos Muñoz por decisión de la presidenta Rudi, presta a presentarse en la inminente campaña electoral como adalid de la regeneración ética de las instituciones.

Desgraciadamente para la presidenta pesa más el rostro marmóreo de un Rodrigo Rato acogiéndose a la amnistía fiscal para repatriar sus fondos opacos que la mano dura aplicada por la presidenta contra el desventurado congresista turolense. Del mismo modo que sucede con los nuevos casos que afectan a los diputados Trillo, con los generosos ingresos de su consultoría jurídica, y Martínez Pujalte, al que un constructor pagaba 5.000 euros al mes por tomar un par de cafés para que le diera su visión privilegiada de la economía española. Será todo lo legal que se quiera pero cualquier persona normal no puede más que rechazar estas prácticas y sentirse abrumado.

Por más propósitos de enmienda que haga el PP aragonés (que ha desaprovechado la ocasión de regularizar los polémicos sobresueldos del partido), los populares tienen un problema sistémico en la sede central que va más allá del caso Bárcenas y sus derivadas. Mientras los conmilitones de Rudi en Génova no den un volantazo será imposible que los populares recobren el liderazgo moral que obtuvieron en la década de los 90 y que, a la postre, les permitió acceder por primera vez a la Moncloa.

La antipolítica no puede verse como un fragmento de las mareas (movimientos ciudadanos sectoriales) nacidas de la crisis, o como un devenir del fenómeno de los indignados que cristalizó en el 15-M (articulado básicamente en torno a Podemos). Tampoco como una deriva de expopulares y conservadores de todo pelaje agrupándose en torno a Ciudadanos, fuerza emergente que juega en el espectro político de centroderecha el mismo fenómeno aglutinador que el partido de Pablo Iglesias a la izquierda. No son causa de un problema, sino consecuencia de un largo proceso de falta de respuesta política ante los desafíos de una grave crisis financiera, de alejamiento de los núcleos de decisión y, particularmente, de atonía en la lucha contra la corrupción política en sus diferentes manifestaciones y grados.

En una entrevista a la agencia Efe, Rudi declaraba el viernes que se sentía abochornada por la actitud de Rato. Y preguntada por las elecciones generales de final de año manifestaba que no veía a otro candidato que Mariano Rajoy "salvo acontecimiento sobrevenido". La ambigüedad calculada de la frase deja abierta la puerta a múltiples interpretaciones, pero si le sirve de algo a Rudi, hoy el presidente del Gobierno no parece un acicate electoral, por más que la economía apunte un cambio de ciclo que relajará muchas tensiones. Más al contrario, la situación en el PP nacional requiere de una renovación de liderazgos absolutamente evidente.