Que la ministra Tejerina sea trasvasista del Tajo, del Ebro y de todo caudal que se le ponga delante no es algo nuevo ni que nos deba extrañar, habida cuenta de que su padrino político no es otro que el diputado europeo Miguel Arias Cañete, aquel que pretendía trasvasar a Almería por sus mismísimos. Asimismo parecen asomar la patita trasvasista los nuevos partidos españolistas y ultracentralistas, como el de Rosa Díez o el de Albert Rivera, y acaso también lo sea también Podemos, que nada dice de estas cosas del día a día, de las avenidas de agua o de las avenidas y calles de asfalto pero por asfaltar.

Estas fuerzas centrípetas, con el gobierno detrás, van entrando a saco en las autonomías por la brecha de agua que Artur Mas, una auténtica epidemia en sí mismo, ha abierto al barco del Estado Autonómico.

Un bajel constitucional que había navegado con cierta prestancia --aunque siempre con dos tripulaciones-- hasta que la corrupción y la ambición económica de los corsarios de CiU nos lo ha dejado varado en el mar de los sargazos.

En momentos como el actual, con media Zaragoza anegada, ni las instituciones autonómicas ni los recursos propios de la cuenca han demostrado capacidad de prevención, ni otras soluciones que poner parches a la herida. Hace tiempo, demasiado tiempo, que no tenemos líderes, y eso se nota cuando perdemos otra batalla del Ebro o la guerra del agua, como vamos seguramente a perderla en cuanto Cañete y Tejerina encuentren algunos cómplices y piratas de río y de asfalto, de esos que abundan en Madrid.

Mientras, vendrán estos días por las inundadas riberas políticos y presidentes, ministros y reyes, pero luego, acto continuo, en seguida, se irán, volverán a sus sedes y palacios, al rumor de las maquetas, al silencio de los insonorizados despachos, para, desde allí, seguros y secos (incluso de ideas) interesarse por cómo les va a esas buenas gentes de Pina y de Quinto, de Monzalbarba o de Alfocea, si ya han sacado el barro, si ya pueden dormir, si han echado la instancia de la reclamación, y si el buen tiempo les va a acompañar en lo que resta de primavera, no sea que la riada vuelva de nuevo y ellos, maldita sea, tengan que regresar a Zaragoza, otra vez al fangal, a oírse improperios y acusaciones injustas por no dragar, por no prever, por no legislar.

¿Dónde están nuestros líderes?