La semana próxima, el euro cumplirá dos años desde que comenzó a circular físicamente entre los europeos que han decidido compartir su política económica y monetaria como un eslabón más de la construcción de una Europa unida. Aunque su existencia real comenzó en 1999, al estrenarse como unidad de cambio, el reconocimiento de los mercados y de los agentes económicos internacionales no ha resultado completo hasta que la moneda ha tenido presencia física. La introducción fue un proceso que se llevó a cabo con una precisión suiza y que únicamente quedó empañado por el efecto de redondeo al alza que tantos trastornos inflacionistas ha acarreado. Ahora, dos años más tarde, la moneda comunitaria disputa al dólar la primacía como divisa internacional, circunstancia inimaginable poco tiempo atrás. Se trata tanto de un hecho atribuible a la coherencia de la construcción económica y monetaria europea como un demérito de la economía estadounidense, que atraviesa uno de los momentos más delicados de su historia reciente. La fuerza actual del euro, por tanto, debe ser analizada únicamente desde esa perspectiva. Verlo como un cambio de correlación en las dos grandes economías podría inducir a error.