Me lo contaba un viejo aficionado a los toros, refiriéndose a Lagartijo que, habiendo saltado a la plaza un toro de presencia amedrentadora, ordenó a uno de sus peones que lo fuera trasteando y otro peón que se quedó al lado del maestro, dándose cuenta del susto de Lagartijo, trató de excusarle, atribuyendo la desazón que el torero manifestaba a la temperatura de la tarde: «Maestro es que hace mucho calor». Y Lagartijo, aunque la ocasión no era para bromas, sonrió mientras respondía así de noblemente: «No, no es el calor lo que me da miedo, es el toro». En el Don Quijote y describiendo la aventura de los batanes, Cervantes puso en boca de Sancho Panza la siguiente observación: «Tiene el miedo muchos ojos y ve las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo...» y cabe añadir de propia cosecha que, en casos de apuro, el miedo suele ser el peor asistente.

Hablando del miedo, advertía el alemán E. Junger que realmente el lobo que irrumpe en el aprisco descuartiza dos o tres corderos a lo más pero que algunas decenas de los corderos que haya en el lugar, se matan unos a otros pisoteándose por miedo insuperable. Mal consejero es el miedo pero si acaso es difícil dejarlo de sentir, no es cierto en absoluto, que nunca se pueda vencer, unas veces con simple racionalidad y en otras ocasiones, más duras, añadiendo a aquella, una dosis de fuerza de voluntad, que necesitamos todos los humanos que sea firme y se sepa cultivar. Guardo entre tantos papeles como clasifico y a veces pierdo o simplemente, extravío y tardo en recobrar cuando no los pierdo del todo, un poema de la colombiana Piedad Bonnett que tituló su autora: Biografía de un hombre con miedo y sus versos empiezan así: «Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido/ pero pronto también/ le recordaron los deberes de un hombre/ y le enseñaron/ a rezar, a ahorrar y a trabajar./ Así que fue mi padre un hombre bueno (un hombre de verdad, diría mi abuelo») y «cuando yo nací me dio mi padre/ todo lo que su corazón desorientado/ sabía dar y entre ello, contaba el regalo amoroso de su miedo.»

Puestos a contar, quizá merezca la pena que recordemos una incidencia del Don Camilo de Guareschi: «Don Camilo», dice su autor, que sintió miedo y que su Cristo en la cruz con el que dialogaba tan amigablemente, viéndole vacilar, preguntó a Don Camilo lo siguiente: -«¿Ya no tienes fe en tu Dios, Don Camilo?». Y Don Camilo respondió cautamente: -«El alma solo es de Dios pero los cuerpos son de la tierra. La fe es grande pero esta es un medio físico. Inmensa puede ser mi fe, más si estoy diez días sin beber, siento sed. La fe consiste en soportar cada día de sed aceptándola con corazón sereno». -D. Camilo quiere saber más y pregunta a Jesús: ¿me despreciáis? -Cristo: «No, Don Camilo, si no tuvieras miedo, ¿qué mérito tendría tu valor? Vine para liberar al hombre contemporáneo del miedo de sí mismo, del mundo de los otros hombres, de los poderes terrenos, de los poderes opresivos, para liberarlo de todo síntoma de miedo servil. Ante esa fuerza predominante que el creyente llama Dios, es necesario desearle de todo corazón que lleve y cultive el verdadero temor de Dios, que es el principio de la sabiduría».

El miedo suele ser, como nos explica el diccionario de la lengua, una perturbación más o menos angustiosa del ánimo, motivada por un riesgo o mal que nos amenaza realmente o que imagina nuestra cabeza. Es un recelo o aprensión que sabe, intuye o simplemente siente uno, que nos amaga aunque no siempre responda a la verdad de los hechos. Llevamos desde hace años con el mayor peligro que nos amenaza que es la práctica desaparición del sentido de los valores como sostuvo K. Lorenz en unas declaraciones que hizo a las prensa a principios de 1978. Palabras como «bueno o malo», casi han desaparecido del vocabulario corriente en las propias iglesias. La noción de pecado tiende a desaparecer y el conjunto de la sociedad, añadía va relativizando el alcance de esos valores. Parece, concluía, K. Lorenz, como si ya no necesitáramos personas de valor. ¿Nos heredarán las máquinas?