Por lo visto, Alexis Tsipras no se había rendido (como proclaman los medios conservadores españoles), o al menos no se había rendido lo suficiente. Secundado por Alemania, el FMI, dirigido por la (presunta) corrupta Christine Lagarde, ha lanzado una nueva ofensiva contra la economía griega exigiendo más recortes de los sueldos, las pensiones y las ayudas sociales... y menos subidas de impuestos a las sociedades en beneficios y las grandes fortunas. Es una declaración de intenciones. La Europa que preside Jean Claude Juncker, el político luxemburgués especialista en ofrecer vacaciones fiscales a las grandes compañías multinacionales, quiere un futuro donde el beneficio del capital financiero sea sagrado y los derechos de las mayorías sociales, prescindibles. El caso heleno ha permitido hacer visible los desafíos y peligros que afronta cualquier opción política no homologable cuyo programa pretenda revertir el empobrecimiento de la población. Dicho fracaso ha sido urdido y provocado directamente por los líderes de los socios más poderosos de la UE (la derecha con sádica fruición, los socialdemócratas con un cobarde dejarse llevar). Antes de que Syriza pudiese hacer algo más que pedir una reestructuración de su deuda (lo cual, en realidad, debería interesar a los propios acreedores), el boicot, las filtraciones, la evidente dureza de la troika y la agresividad ultraliberal del Eurogrupo llevaron al borde del desastre a la débil, saqueada e intervenida Grecia. Parafraseando a Clausewitz, diríamos que la economía es hoy la continuación de la guerra por otros medios. Guerra de clases, supongo.

Syriza solo quiere un acuerdo medio razonable, aun a costa de ceder algo. Pero es una coalición de izquierdas, y quienes mueven los hilos prefieren dejar el euro tocado por un default heleno, comprometer el cobro de la deuda y matar de hambre a los griegos con tal de garantizarse que el resto de los europeos aprenderán la lección (los del Norte para no perder más, los del Sur por puro miedo) y nadie se saldrá de madre. En el mismo punto de mira estamos los españoles. No hay tregua ni piedad.