No nos lo enseñan en la facultad, pero las economías de los países, lo mismo que las de las familias y las empresas, tienen mucha inercia: cuando toman carrerilla, se aceleran y mantienen el buen ritmo durante mucho tiempo, y cuando las cosas van mal tienen propensión a ir peor. De esta idea tan sencilla me gustaría sacar algunas conclusiones.

La primera es acerca de la recuperación de la economía. En algún momento, a principios del 2013, las empresas empezaron a ver el futuro con más optimismo: habían detenido sus pérdidas, estaban exportando, habían ganado competitividad y no sabían estar sin hacer nada. De modo que empezaron a buscar nuevos mercados, a tratar de vender algo más, quizá a planear una nueva inversión... Esto tuvo un efecto positivo: las empresas, al menos la mayoría de ellas, ya no estaban preocupadas por su supervivencia y planeando un ERE, sino que estaban mirando al futuro. Esto debió dar confianza a los trabajadores, que decidieron aumentar un poco su consumo. Exportaciones, algo más de inversión y un repunte del consumo era lo que necesitaban las empresas para dar otro paso al frente: la inercia positiva estaba en marcha. Y se contagiaba a otros sectores y a otras empresas.

Aquello podía haber fracasado, porque la velocidad era todavía baja, pero nada detuvo la bola de nieve de la recuperación. Es verdad que quedaban sectores enteros aparcados, como el inmobiliario; pero cuando las familias empiezan tímidamente a pensar en comprar una casa, el sector toma nuevos vuelos. Y si la gente tiene empleo es más probable que pague sus hipotecas, de modo que la banca adquiere confianza, y el crédito se reanima... Contamos, además, con factores adicionales: un Banco Central Europeo que no escatima medios para dar liquidez a la economía, una situación fiscal que permite algunas alegrías, un petróleo barato que reduce los costes, un euro depreciado que anima la exportación...

¿Ya está? ¿Hemos recuperado el movimiento perpetuo? No, y esta es la segunda parte de la historia de la inercia económica: del mismo modo que en la física, también en la economía hay fuerzas que frenan el avance. Hay, principalmente, dos frenos macroeconómicos. Uno son los tipos de interés: cuando la actividad económica se acelera, el coste del crédito sube. Al principio, esto no basta para frenar la euforia, pero tarde o temprano los proyectos de inversión se resienten.

El otro freno natural es el tipo de cambio: cuando los tipos de interés empiezan a subir, la moneda se aprecia; de nuevo, el efecto de esto no es inmediato, pero tarde o temprano se nota. La buena marcha pierde ritmo: no se convierte en recesión, pero sí mantiene un crecimiento, quizá alto pero más o menos estable. Es verdad que ahora estos dos frenos no están actuando, por la apreciación del dólar y por la política expansiva del BCE, pero es cuestión de tiempo. Lo importante es aprovechar el tirón de crecimiento cómodo antes de que actúen los frenos.

Hay otro factor que modera las inercias, que podríamos llamar microeconómico. Producir más es más caro: la mano de obra no está tan preparada, de modo que la productividad, que mejoró rápidamente con los primeros empleados, se deteriora; los costes de mantenimiento son crecientes; las primeras materias vuelven a crecer, sobre todo si el auge se extiende a muchos países... Son factores normales, que se pueden superar dando más formación a los empleados, mejorando la tecnología, adoptando mejores técnicas de dirección... Pero esto no es gratuito. En definitiva, este conjunto de factores nos recuerda algo muy importante: la capacidad de crecimiento de una economía viene dada por la capacidad de crecimiento de la oferta. Y este no es un factor tecnológico, sino económico: la tecnología puede permitir producir más, pero el coste puede ser inaceptable.

UN CUARTO factor está relacionado con el anterior: el marco institucional y legal. Cuando la economía toma velocidad, adquieren relieve los bloqueos institucionales: la falta de competencia en mercados importantes, las barreras a la entrada de competidores, los costes de crear empresas o de contratar trabajadores... Las reformas han reducido la importancia de algunos de estos obstáculos, pero la mayoría continúan ahí, dispuestos a moderar el crecimiento, no en nombre de la estabilidad económica sino de intereses creados.

Finalmente, la inercia puede estrellarse contra un acontecimiento perturbador: una bomba en un museo de Túnez puede dar al traste con la temporada turística; la incertidumbre sobre la continuidad de un país en el euro puede vaciar la caja de sus bancos y dejar al país al borde de la bancarrota, o la incertidumbre sobre unas elecciones puede paralizar la inversión.

Profesor del IESE