Las elecciones celebradas el 19 de febrero en Ecuador no encumbraron a la presidencia de la República al sucesor de Rafael Correa, Lenín Moreno, por un pequeño margen del sufragio: obtuvo el 39,7% del voto y necesitaba el 40%. Como consecuencia de ello se celebrará una segunda vuelta el 2 de abril que lo enfrentará a Guillermo Lasso, exbanquero que abandera un programa neoliberal y que quedó en segunda posición con el 20,8% de los votos y que cuenta con el apoyo de la candidatura que quedó en tercera posición, liderada por Cyntiha Viteri, que se hizo con el 16,2% del sufragio.

Ante esta tesitura las posibilidades de que la formación Alianza País pueda mantener la presidencia y continuar el proyecto transformador que impulsó Correa desde el 2006 son inciertas. Precisamente por ello cabe preguntarse qué ha pasado a lo largo de este último mandato para que el proyecto político que en el 2013 tuvo el 57,7% del voto en primera vuelta se haya visto tan disminuido cuatro años después.

Quienes hayan seguido la realidad socioeconómica y política de Ecuador a lo largo de los tres últimos lustros pueden dar fe de que el país ha mejorado en casi todos los aspectos. La economía no solo ha crecido de forma notable gracias al boom de las commodities, si no que también la riqueza se ha reinvertido a través de la educación y la sanidad pública, ha habido una mejora de las infraestructuras, se ha dignificado la administración del Estado y también se ha reducido la pobreza. En el mismo periodo, a nivel político, Ecuador ha gozado de una estabilidad inaudita si se tiene en cuenta la espiral de caos en que estaba sumergido el país y la celeridad con que los presidentes abandonaban el cargo desde los años 90 del siglo pasado hasta el 2006. Sin embargo, es cierto que en estas elecciones el proyecto político impulsado por Correa empezó a debilitarse por diversos factores. A nivel regional destaca el clima de fin de ciclo de la izquierda latinoamericana tras la derrota de Cristina Kirchner en las urnas, la destitución de Dilma Rousseff y la crisis galopante de Venezuela, hecho que ha supuesto un excelente marco discursivo de ataque para la oposición; y también el agotamiento del modelo económico basado en los altos precios de los hidrocarburos. A nivel doméstico se ha agudizado la polarización social y política fruto de dinámicas gubernamentales que fueron tomando tintes caudillistas y, sin duda, también la dificultad de realizar un recambio de liderazgo de un proyecto tan marcadamente personalista.

Todo indica que la segunda vuelta entre Moreno y Lasso será muy reñida. Gane quien gane no solo tendrá que enfrentarse a los grandes retos que el nuevo ciclo económico depara a la región, sino también a una sociedad muy polarizada y con una gran capacidad de movilización que, sea quien sea el ganador, tendrá una parte de la misma enfrentada y dispuesta a salir a la calle para protestar.

*Profesor de Ciencia Política e investigador del CIDOB.