Durante siglos la ideología la marcaba la religión. Pero en el siglo XVIII las revoluciones norteamericana y francesa introdujeron en la política una nueva manera de entender el poder y su ejercicio. Desde entonces se desarrollaron toda una serie de ideas para transformar la sociedad, en unos casos hacia la libertad absoluta de mercado, en otros hacia el control público de los medios de producción. En los dos últimos siglos las sociedades occidentales han dirimido sus diferencias en ese campo ideológico, que en ocasiones derivó hacia revoluciones sangrientas como la soviética o la maoísta, o hacia dictaduras fascistas como la nacionalsocialista o la franquista. En general se abrieron dos trincheras representadas por la izquierda y la derecha políticas, desde donde se libraron las luchas por el poder.

Pero en los últimos años esas clásicas ideologías han sido sometidas a transformaciones inesperadas, y las posiciones que antes se defendían desde uno de los bandos se mezclan de tal manera que ya es casi imposible diferenciarlas.

Por ejemplo, la derecha catalanista, ahora independentista, corrompida hasta la médula por años de «pujolismo» y del 3%, puede alcanzar de nuevo el poder y la presidencia de la Generalitat de Cataluña con los votos de las CUP, un conglomerado de movimientos que se declaran anticapitalistas, socialistas, comunistas y anarquistas, todo a la vez. Los herederos de Pujol y los antisistema de las CUP no parece que coincidan ideológicamente en nada, pero andan a partir un piñón en lo que se refiere al llamado prosés, esa curiosa hoja de ruta que han puesto en marcha los secesionistas y que no tiene otro fin que la proclamación de la independencia.

Y entre tanto, la ciudadanía asiste a un espectáculo en el que ideas y programas no significan nada. Sólo así se entiende que la lista encabezada por un fugitivo haya logrado la segunda posición en las elecciones catalanas de diciembre, tras Ciudadanos, y superar en escaños y votos a Esquerra Republicana. Y eso a pesar de que la candidatura del huido a Bruselas carecía de programa y de ideas; aunque ni falta que le hacía, porque de lo que se trata es de provocar que el personal, abducido por tanto esperpento, se agarre a los sentimientos como única tabla de salvación colectiva.

Me temo que, como ya ha ocurrido en Estados Unidos hace poco más de un año, a partir de ahora ganarán las elecciones, eso sí con leyes electorales tramposas e injustas, quienes sean capaces de levantar más pasiones. Al tiempo.

*Escritor e historiador