No lo echó il popolo ni sus satanes particulares (la prensa tendenciosa, los jueces, los intelectuales de izquierda) sino el Gran Baal a quien había dedicado todas sus ofrendas, sus energías y su vida: El Todopoderoso Mercado. Silvio Berlusconi había sido el máximo representante de super-empresario de éxito metido a político, por ambición, por salvar el curso de los jueces sabuesos, por probar otra cosa, por vanidad, por... Vamos, que il Cavaliere no era un arribista muerto de hambre, de esos que tanto abundan en la res pública. Una buena parte de la población, a juzgar por los votos, se identificó con su aureola de éxito continuado, pensando que regiría la Republica con la habilidad que había demostrado en sus numerosas empresas. Además Silvio era hedonista, un maschio latino en toda regla, amante de los placeres de la vida, de todos, hasta de los prohibidos. La gente de orden, muy católicos ellos en su mayoría, estaba no obstante un poco harta de ese otro orden políticamenete correcto proveniente del Imperio Anglosajón. Había que meter en cintura a las feministas, a los maricas, a los emigrantes y a los revolucionarios de salón. Y Berlusconi venía a eso. Se creyó el papel y rebasó todos los límites, incluso el de la prostitución y la pederastia, temas muy sensibles para un Vaticano dispuesto a hacer la vista gorda hasta cierto punto. Eso marcó el principio de su declive, pero no fue la causa. Su asesino fue su amante incondicional, el Gran Mercado.

Berlusconi ha tenido el mérito de mostrar la verdadera cara de eso que llaman liberalismo en su versión genuina, sin aditivos ni añagazas edulcorantes.

En Italia había que dejar rienda suelta al talento empresarial, eso que les hizo grandes desde el Renacimiento, cuando los territorios transalpinos pujaban por ver quién era el más rico y poderoso. Si hasta el Papado alcanzó su culmen de riqueza y esplendor en medio de esa vorágine, como bien demuestra Alejandro VI Borgia y toda la cadena de sumos pontífices renacentistas más próximos al credo de Maquiavelo que al de Jesús de Nazaret. Gracias a ello Roma volvió a ser el centro del mundo, el ombligo del poder, la ciudad con más prostitutas por metro cuadrado, la meca del comercio y de las artes.

También la Iglesia Católica, tan influyente en Italia, había aceptado a este presidente lombardo con ciertas tendencias pecaminosas. Todo con tal de que no volviera una izquierda que defiende el laicismo y no colabora en la cristianización de Europa que tanto empeña a Benedicto XVI. Si había que tragarse el sapo de las salidas extemporáneas del cavaliere, de su furor libidinoso y de su escaso afecto por las virtudes teologales, era una prueba más del Señor. ¿No se había tragado sapos mucho más indigestos la Santa Madre Apostólica y Romana, como el nazismo, el fascismo, el franquismo o los milicos sudamericanos? El Vaticano fue tolerante hasta que el primer ministro milanés cruzó el Rubicón de lo moralmente tolerable.

Es verdad que no tuvo ningún empacho en aliarse con los autoritarios fascistas o con los racistas de la Liga Norte (ah, el poder ante todo-), no es menos cierto que hubiera implantado un estado de excepción en la "judicatura rebelde", pero esas contradicciones forman parte del liberalismo que se autoproclama con mayor pedigrí.

No nos engañemos, ha sido el líder de la derecha más querido por los que creen en esas doctrinas (como en España aprecian más a Esperanza Aguirre, lo pudimos comprobar con la muchedumbre aclamadora ante la sede del PP el 20-N). La mayoría de sus colegas europeos son burócratas asépticos, como Angela Merkel o Mariano Rajoy, políticos anodinos colocados por el Gran Mercado, refrendados por unos ciudadanos muertos de miedo para hacer los deberes, cariátides sin alma del FMI/BCE. Berlusconi representaba el alma del prístino liberalismo, por eso no lo han aguantado ni sus comilitones del Viejo Continente ni los propios mercados. Los mecanismos financieros que gobiernan Europa, más allá de los mascarones de proa democráticamente elegidos, no se fiaban del expremier italiano; su credo genuinamente liberal, su bragueta hambrienta, sus tendencias anarcoides no eran aptas para asumir una filosofía del recorte y la represión. El Don Giovanni septuagenario amaba la libertad, la prosperidad... Su actuación política no podía ir en contra de esos principios, por eso lo quitaron de en medio, por eso se fue a casa aliviado, por eso buscaron un marmóreo autómata del BCE para desmontar el Estado de Bienestar y cumplir con el Gran Hermano Financiero Globalizado (GHFG).

El payaso impresentable que protagoniza este escrito ¿es más patético que toda la caterva de políticos títeres al servicio del GHFG, de los euro-burócratas de perfil bajo apoltronados en Bruselas para no eclipsar la mediocridad de los líderes nacionales? Al menos Berlusconi tiene un carisma operístico, posiblemente una versión bufa de Don Giovanni. Y Merkozy y compañía ¿no son más bien actantes en una función de marionetas? Y qué decir de ZP, el gran defensor de lo políticamente correcto, de las alianzas de civilizaciones, de los desfavorecidos, de las libertades ciudadanas-, convertido en la primera marioneta española --le sustituye otra que tampoco tiene discurso, aunque sí la disciplina y sentido de obediencia de los opositores-- de una función que acaba de comenzar y que parece adscribirse al género de terror.

Filósofohttp://ruinasdelnaufragio.blogspot.com