La reserva hídrica que recoge el Estatuto (Reformado) de Autonomía de Aragón es constitucional porque carece de cualquier pretensión impositiva. O sea, que no es lo que pretende ser, y al no serlo no puede ser objeto de condena o refutación. Nadie declararía contrarias a Derecho las cartas a los Reyes Magos, los brindis de las bodas y las oraciones a San Judas Tadeo (o a Santa Rita, que también concede imposibles). Son cosas insustanciales e irrelevantes. La carta mínima que regula nuestra autonomía abunda tanto en evanescencias conceptuales y fija tan escasas normas de obligado cumplimiento que es imposible considerarla anticonstitucional ni anti nada. No tenemos un Estatuto, sino un cauteloso desahogo.

Lo de los 6.550 hectómetros cúbicos es un desideratum perfectamente hueco. Para empezar, ese agua no existe como contingente inventariable. Depende de lo que nieve y llueva y del mantenimiento de los caudales ecológicos. Por supuesto la cuenca del Ebro debe ser contemplada en su conjunto y tan ridículo es que cada comunidad afectada pretenda reservarse cupos fijos y absolutos como que otros territorios situados a cientos de kilómetros quieran acceder a sus recursos mediante trasvases.

Estamos inmersos en una oquedad conceptual, en una nebulosa dialéctica. Veamos otro tema: la frustrada candidatura de Zaragoza a la capitalidad europea de la cultura. Al alcalde Belloch aún no se le ha pasado el berrinche, pero lo que a mí me interesa es dilucidar qué era exactamente eso tan importante que pretendíamos hacer en caso de haber ganado el juego. Porque, si les soy sincero, aún no he captado las esencias de la utopía europeista que proponíamos al mundo entero. Ayer mismo leía en estas páginas el artículo de un integrante del equipo Zaragoza 2016 y fui incapaz de entender el fondo de la cuestión más allá de metáforas, alusiones y referencias. Decir que "no basta dar pasos que un día puedan conducir hasta la meta, sino que cada paso ha de ser una meta sin dejar de ser un paso" resulta tan hermético como intraducible.

Con tantos aeropuertos... y aún no hemos aterrizado.