Hay circunstancias en las que la corrupción aparece y se extiende como una planta trepadora. Si alguien dispone de poder, disfruta de tal condición durante mucho tiempo y ve pasar ante sí grandes cantidades de dinero, podemos decir que va a ser objeto de fuertes tentaciones. Y, como es sabido, en el cálido y sensual sur de Europa la tentación suele ser una simple antesala del pecado. Más al norte hay otra onda, más calvinista y más severa, pero aquí, ¡ay!, somos esclavos del mundo del Demonio y de la dulce carne.

Con esto que les diga, basta para advertir que no me ha sorprendido el barullo de la SGAE. Lo veo tan aborrecible, tan inevitable y tan evidente como los trapicheos levantinos o el rascayú andaluz. La Muela era asimismo un espacio propicio al mamoneo a cuenta del contribuyente; también otras cosas habidas en Aragón y que aún no están en los juzgados, o si están (como pasa con el tema de las depuradoras y las gabelas del Instituto Aragonés del Agua) apenas van por el arranque.

La cuestión es simple: algunos políticos consideran que su sueldo no se corresponde con el volumen de la pasta que gestionan. Un tipo (o una tipa) se encuentra en una institución pública o en una organización del estilo de la SGAE manejando cientos de millones, y resulta que sólo gana cincuenta mil (o cien mil) euretes al año. Entonces compara su situación con la existente en el ámbito privado (banca, cajas o grandes compañías), se mosquea... y al final acaba poniendo el cazo. No pasa siempre pero pasa mucho.

Porque además los gerifaltes de esos bancos, cajas o grandes compañías trincan lo mismo o más que un político sinvergüenza, aunque lo hacen abierta y legalmente. Asambleas de accionistas y consejos de administración aprueban retribuciones de vértigo a la luz del día, sin tapujos. Así se consagra al dinero como Dios único verdadero, Luego pasa lo que pasa.

O el tema de los futbolistas. Trabajan en un negocio ruinoso que acumula deudas ultramillonarias; se desparraman por las ligas sociedades en concurso de acreedores. Sin embargo ellos cobran sueldos estratosféricos. En tal ambiente la corrupción se cría sola.