El Salud aragonés tiene, según parece, un déficit de quinientos millones que es un pastón en toda regla y no se recupera con los cacareados ahorrillos en asesores y canapés. Anteayer, en estas páginas, mi amigo Aramayona explicaba con buenos argumentos que la deuda sanitaria española es, con todo, apenas la mitad de la deuda militar, aunque de esta no habla nadie; tal vez porque, a la postre, el afán de convertir a España en una potencia (armada) de nivel medio-alto ha impulsado tanto a socialistas como a conservadores.

El manejo del dinero público es puro malabarismo. Ahora están haciendo una auditoría en el Pignatelli por orden de doña Luisa Fernanda, pero la faena corre a cargo de la misma Intervención y los mismos funcionarios que gestionaron y visaron el gasto habido hasta hoy. Y eso parece más bien una auto-audición, como bien entenderá nuestra egregia presidenta que es auditora profesional. Además, ¿para qué está la Cámara de Cuentas? ¿No se supone que es el organismo idóneo para inspeccionar las contabilidades institucionales?

El refranero reclamaba cuentas claras y chocolate espeso. Tararí. Las sociedades públicas aragonesas acumulan un agujero que puede competir con el de la Sanidad, sólo que su déficit se ha gestado en buena medida organizando carreras de motos, ampliando estaciones de esquí, llevando a cabo laberínticas operaciones inmobiliarias o colocando a la clientela política; lo cual no parece tan imprescindible como garantizar una asistencia digna a los ciudadanos que tienen la mala suerte de enfermar. En este momento vuelven las obras a Motorland (accesos, instalaciones, tribunas), lo que elevará el coste del próximo GP de Motos muy por encima de los diez millones de euros (cinco kilates ya se los lleva crudos la empresa organizadora del evento). ¿Cuánto cuestan al final estos eventos pagados con el dinero del contribuyente?

¿Y quién calcula los famosos retornos, coartada de tantos dispendios? Dicen que la costosísima visita del Papa traerá de rebote cien millones. Hace falta mucha fe para creerlo. Estamos saturados de cuentas espesadas interesadamente. Y el chocolate, aguadito.