Famosos multimillonarios norteamericanos, y ahora franceses, han pedido públicamente el incremento de sus impuestos. Asumen que en momentos de crisis todos deben echar el resto y más quienes más tienen. Es algo tan de cajón, como el principio de progresividad tributaria. Pero en estos tiempos de locura, cobardía y avaricia extrema, los gobernantes no quieren ni oír hablar de apretarles las tabas a los ricos. Ayer le sugirieron algo de eso a nuestra vicepresidenta y ministra, la señora Salgado, y la buena mujer hizo un gesto de pavor y desagrado como si acabase de escuchar un taco feísimo o hubiera pisado inadvertidamente una caca de perro. ¡Oooiiiggg!

En cambio, lo de modificar la Constitución española, según exigencia de la cancillera Merkel, parece que va a ser coser y cantar. Habrán reparado vuesas mercedes en que hasta la fecha hablar de cambios en nuestra Carta Magna era como invocar los trabajos de Hércules o cualquier otro imposible. Zapatero sugirió algo, creo recordar, y tuvimos meses de llanto y crujir de dientes. Pero, oye, en cuanto los oligarcas financieros han propuesto limitar la deuda pública mediante ley fundamentalísima, todo se ha vuelto presteza, urgencia y facilidades. La inmutable y eterna Constitución española, de repente, está lista para que le hagan la manicura, el lifting, la liposucción y cualquier otro apaño. Impresionante.

Paro ya. Aún estamos en agosto y el calor de la última semana me ha dejado con los plomos medio fundidos, así que no esperan grandes reflexiones sobre las paradojas macroeconómicas y las miserias políticas. En realidad lo que más me conmueve en estos momentos es que la Duquesa de Alba, doña Cayetana, ha repartido la herencia entre sus hijos y estos, a cambio de la panoja, dejarán que se case con ese amable funcionario que la pasea y la baña en Ibiza. Tres mil quinientos millones, grandes fincas (incluido el mayor latifundio de España), media docena de palacios, una colección de obras de arte de valor incalculable... el paquetón transferido quita el hipo. Mas no creo que la tributación correspondiente haya sido tan espectacular. ¿Y la Constitución... qué dice de eso?