Disculpen si no tiemblo de gozo cuando los nuevos gobernantes del PP anuncian sus recetas para el ahorro. Oigo que proponen unas fórmulas mágicas para ajustar los costes sin merma de los servicios. O al menos eso es lo que dicen en sus comparecencias ante los medios. Pero la cosa no es tan simple.

Tras el nefasto deshueve de los últimos años dorados, cuando todo quisque (el PSOE más porque mandaba más, el PP menos porque mandaba menos) se infló de gastar sin demasiado talento, ahora llega un recorte alevoso y salvaje lubrificado por la demagogia habitual: ¡la crisis!, ¡el paro!, ¡los mercados!... Porque lo procedente sería darles vuelta a las prioridades con la mayor sensatez, y eso no se ve claro cuando Madrid, por poner un caso, se lanza a otra candidatura olímpica mientras incrementa las horas lectivas de los docentes, suprime las tutorías, amortiza plazas de profesores, echa a los interinos y merma obviamente la calidad de la enseñanza.

Los tijeretazos no son gratis. Si no se hacen con criterio, barrenarán la sanidad, la educación y la asistencia social. Y, al tiempo, raro será que tales servicios no vayan perdiendo (poco a poco, se comprende) su naturaleza pública para ser privatizados a mansalva y convertirse en un nuevo nicho de negocio. Es mejor y más barato, nos dirán.

El actual Gobierno de Aragón ha anunciado ahorros ingentes en desarrollo de las zonas rurales. Claro: no pondrá la parte que le correspondía en su financiación y el Gobierno central tampoco pondrá la suya. Habrá proyectos que se frenarán, posibilidades que se frustrarán. Ahora bien, Motorland seguirá con sus famosas carreras. Para eso sí hay dinero (y no poco).

Bueno, les voy a contar un cuento. Bernie Ecclestone, el multimillonario patrón de la Formula 1, casó el otro día a su hija. Casi dos millones de euros costó el bodorrio. Los contrayentes vivirán en la mansión más grande (y más cara) de Beverly Hills. Gracias a los dioses, los gobiernos de Cataluña y Valencia, ahorradores donde los haya, mantienen a su costa las carreras de bólidos. Más de veinte millones cuesta cada show. Bernie es feliz, a su niña no le faltará de nada. Qué alivio, ¿verdad?