El anuncio de una recesión global por parte de las agencias de calificación y el mismísimo FMI está destinado a ser una profecía autocumplida. Cuando estos mendas anuncian que vamos a la ruina la gente se asusta. No invierte, no consume, no hace nada salvo temblar de miedo, y entonces la economía se para, el crecimiento se frena, las bolsas se hunden, la prima de riesgo se dispara y, efectivamente, el PIB se pone malito. De cajón.

Tienen razón quienes nos invitan a mantener el tipo sin dejar que los agentes de la oscuridad nos amarguen la existencia. Pero tampoco se trata de convertir en un chiste este cambio de era (la Edad Contemporánea deja paso a no se sabe qué). Peor aún sería dejarse llevar por el fatalismo y resignarse a encajar pasivamente el ataque sin cuartel al modo de vida europeo y a la democracia social. Por lo menos, lo normal sería patalear un poco (o mucho). Que no se nos lleven por delante (las hienas del tinglado financiero) sin un poco de pelea.

Hoy hay una manifestación en Zaragoza contra la reforma de la Constitución. Bueno, contra eso y contra todo lo demás. Es impresionante pasar revista al discurrir de los acontecimientos y comprobar que esa reforma inaudita (como las otras) ya ha caducado antes de ser ratificada en el Senado. Ayer mismo el Ibex estaba tiritando y la deuda española pagaba una prima de riesgo de trescientos cuarenta puntos básicos. ¿Y para eso estamos tragando todo lo que nos echan a la boca?

Aquí se intenta confundir la evidente necesidad de que las inversiones públicas tengan lógica, utilidad y estén bien gestionadas, con la descapitalización de las instituciones y la perversión de los principios democráticos. El resultado va a ser un retroceso generalizado en el nivel de vida, en los derechos sociales y en las propias libertades. Recesión, putadas y especulación.

Bueno, la CAM (Caja de Ahorros del Mediteráneo) arrastra ya una morosidad de casi el 20% que habremos de cubrir entre todos... y no hay nadie en la cárcel ni procesado siquiera. Vénganse esta tarde a la mani. No se queden calladitos con el sapo atravesado. Salgan a la calle y escúpanlo.