Bueno, convengamos que la monarquía es un anacronismo y que la española tal vez no pase por su mejor momento (aunque al Rey se le ve con ganas de agradar), pero la tendencia a compartir el poder (o lo que quede de él) en familia es universal y transciende los sistemas y las ideologías. Ver a Corea del Norte convertida en una monarquía roja causa perplejidad, incluso considerando que la Corte de Pyongyang, con su camarilla y sus mandarines (del Partido de los Trabajadores, por supuesto) es un calco de cualquier viejo reino oriental. Que un liderazgo estalinista quede encerrado en una sola familia (la del Gran Camarada) a lo largo de tres generaciones es acojonante.

El mundo está lleno de casos similares. No hace falta escudriñar en la familia Aznar-Botella, donde los cónyuges comparten triunfal carrera política y algún retoño quizás espera entre bastidores; ahí tenemos el soberbio ejemplo de los Kennedy, de los Bush (presidente el padre, presidente el hijo; guerrero el padre, guerrero el hijo) y de los Clinton, que casi repiten a la recíproca en la Casa Blanca. O los Kitchener argentinos. O el sirio Assad, que es criminal de segunda generación. O los Nehru en la India y los Buttho en Pakistán... ¡Ostras!, si sigo me salen la tira de sagas familiares (y qué legendario queda esto de las sagas, qué sonoro... ¿verdad?).

Junto a los Borbón o los Aznar-Botella en España hay otros muchos proyectos monárquico-familiares destinados a convertir el poder en algo transmisible de padres a hijos. Ahí están mis favoritos, los Botín, que no gobiernan pero mandan un huevo. En Aragón, a una escala mucho más modesta, tenemos el caso de los Iglesias, pues Marcelino hijo ya ocupa la alcaldía de Bonansa que fue precisamente donde inició Marcelino padre su carrera política. También Florencio Repollés hijo está hoy al frente del Ayuntamiento de Caspe, sentado en el mismo sillón que un día lanzó a su progenitor hacia la presidencia de la DPZ.

En realidad es un fenómeno natural. Se da en todas las profesiones. En política, también. Los chicos quieren ser jefes. Como papá y mamá.