En el Pignatelli se toman las cosas con muuucha calma. Se dice que al consejero Aliaga le dijeron que hiciera el favor de no acalorarse. Y en el departamento de Agricultura aún no han tenido tiempo para recibir a los representantes de la DO Ternasco de Aragón, uno de los principales activos del sector agropecuario. Los jefes están muy ocupados ajustando cuentas, recortando partidas presupuestarias y barrenando los servicios públicos. ¡No pretenderemos que encima tracen estrategias, tomen iniciativas y hagan gestión! La capacidad humana, ciertamente, tiene límites.

Esto se veía venir. Quienes hemos seguido de cerca la trayectoria de Luisa Fernanda Rudi sabemos que la presidenta ya pasó por una situación parecida a la actual cuando hubo de hacerse cargo de un Ayuntamiento de Zaragoza descompuesto y cargado de deudas. Resolvió la papeleta ahorrando en inversiones por el procedimiento de no hacer nada, de pararse en seco y quedarse al ralentí. Ahora tiene además el aliciente de que la crisis y la hegemonía del PP le permiten aplicar por defecto sus criterios ultraliberales. Se trata de contraer el sector público por inacción y asfixia económica, para que su lugar lo ocupe la iniciativa privada. Sin incomodarse, oye.

Durante el otoño pasado, las primeras críticas a la flacidez gestora del Ejecutivo aragonés fueron contestadas por los adeptos con el argumento de que era pronto, había que dar tiempo al tiempo pues Luisa Fernanda y su gente se enfrentaban a una herencia envenenada. Luego vino la primera remodelación en frío del Gabinete y el aplazamiento de los ya tardanos presupuestos. Así se va consumiendo el primer año de legislatura sin más novedad que unos códigos ahorradores de escasísimo fuste y un ajuste a lo bestia que pone en precario a la Sanidad, la Educación y el conjunto de los servicios esenciales. Buena parte de las fruslerías en las que se venía dilapidando el dinero del contribuyente siguen vigentes (hoy se desvela uno de los innumerables velos que cubren los oscuros gastos de Motorland), y así vamos tirando. Aunque al menos tenemos un consuelo: ¡peor lo pasan en Valencia!