El mismo diablo que carga las pistolas ha aprendido a descargar las palabras. Empezó llamando daños colaterales a los crímenes de guerra y entorno incómodo a la tortura. Ahora produce términos aparentemente inocentes que fingen ser cartuchos de fogueo aunque proyectan balas explosivas. A invertir el dinero público en proyectos absurdos y en subvenciones fuleras lo llaman desarrollar el territorio y el ministro Cañete ya no propugna el trasvase del Ebro sino la interconexión entre cuencas. Nadie dice ya que esto o lo otro se ha de hacer por cojones sino por consenso o por cualquiera de los innumerables e increíbles imperativos producidos por la crisis. Con decir que el abaratamiento del despido se vende como una forma de crear empleo está todo dicho.

La UE dice haber consumado un pacto fiscal cuando sólo impone límites al gasto público (¡ojalá se alcanzara un acuerdo para que toda la eurozona tributase y controlara el fraude en los mismos términos que Alemania u Holanda!). Combinada en frases cliché cuyo éxito da náuseas, la terminología al uso alcanza las más altas cotas del deshueve retórico. Por ejemplo, se dice que es preciso hacer más con menos cuando es obvio que si descienden los recursos lo normal es que acaben empeorando los resultados; o se denomina ahorro al ajuste duro e indiscriminado que a menudo deja intactas partidas destinadas a evidentes despilfarros mientras recorta gastos esenciales.

En Aragón se ha llamado autoestima al más cándido (e injustificado) triunfalismo. Gracias a ello, personajes de fuera nos han chuleado y nos han puesto en ridículo, mientras personajes de dentro han aprovechado el tirón regional para construirse una bonita carrera política o levantarse una considerable fortuna. ¡Esos sí que manejan bien la autoestima, conciudadanos!

¿Quieren más ejemplos de perversión terminológicas? Observen las declaraciones de los presidentes de Aragón cuando salen de visitar a los presidentes de España que son de su misma cuerda, y comprobarán cómo expresan su entusiasmo de idéntica manera, letra por letra. Aunque a lo mejor tal fenómeno no es cosa del diablo sino del ángel... de Moncloa.