En los fundamentados artículos que publica en la página de aquí al lado, Cándido Marquesán ha tocado en varias ocasiones un tema tabú pero esencial a la hora de trabar el contrato social. Me refiero a la capacidad coercitiva de las partes cuyos intereses están en juego. En la política como en la economía, para influir y ganar hay que poner encima de la mesa votos, influencia, capacidad de presión... fuerza. La socialdemocracia europea, cuya actual debilidad es causa importante de la riada neocón que nos arrastra, fue perdiendo pie no solo por su adocenamiento y su tendencia a pactar en frío, sino también porque el (mal) llamado socialismo real dejó de ser una amenaza para el capitalismo occidental. La sombra del Ejército Rojo se proyectaba de manera tácita sobre Brandt o Palme y potenciaba sus razones, sus propuestas, sus cabales exigencias.

El pedazo de historia que denominamos Edad Contemporánea (y que al parecer está acabándose justo ahora mismo) aparece repleto de tensiones, pugnas feroces, luchas sociales y competencias brutales. Por eso la propia lógica natural de las cosas exigía que, en el momento presente, los sindicatos españoles y el conjunto de fuerzas progresistas intentaran dar una respuesta inmediata y lo más contundente posible ante la ofensiva lanzada por la derecha, la oligarquía financiera y las cúpulas patronales. No había ni hay otra alternativa que la resistencia; eso, o ir sumando derrotas anticipadas hasta límites insoportables para los trabajadores por cuenta ajena y para el conjunto de las nuevas clases medias.

¿No servirá para nada? Bueno, parece que ya está sirviendo. El Gobierno se ha puesto a la defensiva. La victoria electoral de Arenas en Andalucía puede que no sea tan aplastante (y ya tiene mérito la cosa, porque Griñán, el socialista, más que un pato cojo parece un pollo decapitado). Hay cuadros del PP que empiezan a pedir un poco de templanza en los próximos ajustes por no encabronar más al respetable. La caverna mediática dispara con todo su argumentario. De repente, a lo largo de todo el espectro ideológico, repunta la idea de que aquí no está todo dicho y zanjado. Que no es poco.