Los efectos desmoralizadores (en el más amplio sentido del término) que tendrá la amnistía fiscal propuesta por el Gobierno han sido ya señalados por economistas, sociólogos e inspectores de Hacienda. Lavar oficialmente el dinero negro por un diez por ciento (apenas un poco más de lo que cobran los sucios intermediarios que sirven al crimen organizado) y admitir la importación de beneficios desde los paraísos fiscales a un coste todavía más bajo es, como se viene diciendo, un insulto a los contribuyentes honestos (todos los asalariados) y una señal inequívoca de que España está de liquidación por derribo. Tan fácil les están poniendo las cosas a los defraudadores, que éstos apenas se molestarán en sacar a la luz su caja B. ¿Para qué precipitarse si esto es Jauja y, con la crisis como excusa, lo va a seguir siendo?

Pero el regalito a los especuladores del suelo, a los beneficiarios de la burbuja inmobiliaria, a las mafias y a la plaga de pequeños y medianos tramposos que nos invade va más lejos. Avanza con ímpetu por la oscura senda de la corrupción institucionalizada. Y es curioso que justo al mismo tiempo que Montoro proclamaba la amnistía fiscal, dos embajadas integradas por cualificados cargos electos salían respectivamente de Madrid y Barcelona para ir a Las Vegas a presentar sus ofertas a Sheldon Adelson, el nuevo Midas del negocio offshore, el mentor de Eurovegas, que promete inversiones fabulosas y cientos de miles de puestos de trabajo, pero a cambio pide enormes subvenciones públicas y la posibilidad de alzar en España un enclave corsario sin más ley que la suya. El tipo se hace de rogar. Sabe que el nuestro es un país maduro, cuyos dirigentes sólo saben luchar contra la crisis hundiéndonos más y más en ella.

Aquí se vota con entusiasmo a los corruptos, se jalea el irracional endurecimiento de un Código Penal que luego sólo se aplica a los desgraciados, se desprecia abiertamente la economía real y se celebra la economía de especulación y burbuja. Los trabajadores y los empresarios serios se mesan los cabellos; los defraudadores y los sinvergüenzas sin fronteras están encantados de haberse conocido. Qué barbaridad.