Aragón ha hecho del tambor y el bombo su seña de identidad más exportada (porque la Virgen del Pilar, en realidad, es muy de Zaragoza, y los Amantes son muy de Teruel). Desde que Saura tirase de parche batido en Pipermint frappé, el ¡prom, prom, prorrompompón! lo mismo sirve para inaugurar exposiciones internacionales que para darnos a entender en Fitur o recibir a las visitas ilustres. Es una expresión sencilla, ruidosa, espectacular y muy racial. El ritual religioso (si lo fue alguna vez) se ha convertido definitivamente en folclore, y el folclore en factor de marca. Mal que les pese a los señores jefes, por ahí fuera es mucho más notoria y reconocida la Semana Santa bajoaragonesa que las carreras de Motorland. Y por supuesto sale muchííísimo más barata, lo cual representa un extraordinario valor añadido.

Las procesiones de estos días son una pasada. Podrán gustar o no, pero si por un momento pudiéramos dejar a un lado los prejuicios religiosos y culturales para observarlas como harían un esquimal o un neozelandés, tendríamos que convenir en la naturaleza bárbara, barroca y delirante de esos desfiles de gentes encapirotadas, dándoles cual posesos a diversos instrumentos de percusión y portando imágenes sangrientas y temibles. ¡Cómo las gastan éstos!, pensarán los guiris de la Europa rica, y tal vez encuentren en tan alucinado ritual la explicación última de que el nuestro sea un país dado a las bancarrotas, esencialmente atrasado, proclive a los éxtasis, pecador y corrupto (¡como luego te confiesas... y ya está todo perdonado!).

La Tierra Noble se ha hecho muy semanasantera. Zaragoza ha puesto escenario a una serie interminable de actos y demostraciones que hace treinta años no existían o eran francamente minoritarios. Y no es que el personal se haya hecho más creyente. Es que, en este bendito país de las quimeras, el folclore nos proporciona personalidad y una manera irracional pero elaborada de sentirnos parte de algo. Por eso nos vuelven locos los trajes regionales. Por eso en Aragón TV triunfa la jota. Por eso nos aferramos a las tradiciones locales... Y adiós, amigos, que me voy a ver la procesión.