Según la mayoría de los analistas, si los mercados nos siguen apretando es porque Rajoy no ha sido capaz de enviar mensajes claros y seguros. Demasiadas contradicciones, demasiados globos sonda, demasiada debilidad política (pese a la mayoría absoluta) y demasiada frivolidad (¡pero si un día sale de Guindos en Barcelona amenazando con la intervención y al día siguiente, en Varsovia, su presidente asegura con cara de circunstancias que tal intervención ni está ni se la espera!).

Es evidente que otro factor empuja la prima de riesgo: la voracidad de los grandes inversores, cuya lógica les lleva a exigir más y más como una especie de monstruo hambriento que jamás se sacia. El actual Gobierno español les ofrece ahora veintitantos mil millones, después diez mil millones más. Pero la bestia no tiene suficiente. Nunca lo va a tener.

Sin un acto de fuerza que imponga la soberanía popular y se enfrente abiertamente con la oligarquía financiera no saldremos jamás de esta espiral destructiva ni remontaremos la recesión ni salvaremos la democracia social. Hacen falta valor y valores (ética, sentido de la justicia, solidaridad) para obligar a la banca a tragarse de una vez la depreciación de sus activos inmobiliarios. Es preciso asegurar que jamás habrá otra burbuja especulativa, y al tiempo apoyar la recuperación de la economía productiva. Hay que reformar el Código Penal (y sobre todo aplicar de verdad las leyes) para poner de rodillas a quienes han hecho el gran negocio incubando la crisis y ahora siguen llevándoselas... ¿Cómo es posible que todos los banqueros conducidos ante los tribunales hayan salido de rositas? ¿Por qué no ha sido procesado ningún gestor de las cajas de ahorro saqueadas y reventadas desde dentro? ¿Quién puede entender que los Ruiz Mateos sigan en la calle mientras otras personas cuyos delitos están por probar permanecen en prisión preventiva?

Una Hacienda pública implacable, unas brigadas de delitos monetarios reforzadas, una tolerancia cero con la corrupción, una legislación que anteponga el interés público a los oscuros intereses de los poderes fácticos... O, si no, la pura y simple barbarie.