Empieza a darme pena Rajoy. Ha perdido la invulnerabilidad y cualquier comentarista puede arremeter contra él. De hecho, las más finas plumas y los picos más dorados de la derecha mediática ya le arrean sin compasión. El pobre hombre ha descendido en cuatro días a la altura de su predecesor, Zapatero; o sea, lo más bajo que puede caer un presidente del Gobierno.

A don Mariano solo le queda lo que siempre tuvo: un imaginario-argumentario perfectamente conservador, una impecable actitud reaccionaria. Por eso él y los suyos, agobiados por la gestión de una cosa pública que no hay manera de enderezar, se amparan en el finisecular discurso de la gente de orden. Cada vez que le pegan un sablazo a la sanidad, a la educación o a lo que toque acunan el subconsciente de la ciudadanía asegurando que el recorte no es tal sino un ahorro, una mejora, una medida destinada, por ejemplo, a evitar abusos.

¿Que plantean eliminar el servicio de ambulancias y taxis para los enfermos tratados con quimioterapia o diálisis? Enseguida encuentran justificación: hay que cortar por lo sano el cachondeo de los pacientes abusones que sin necesidad exigen transporte para irse y venirse de casa al hospital y del hospital a casa. Y similares excusas sirven para dejar sin cobertura sanitaria a los inmigrantes, o para reducir las becas, eliminar la sustitución de los profesores que están de baja y reducir a la nada los derechos consagrados por la Ley de Dependencia.

Vale, abusos sí los hay; aunque no sean tantos ni de tanta cuantía como se da a entender. Ahora bien, la solución no puede consistir en cortar por lo sano y poner fin a prestaciones imprescindibles para mantener el equilibrio social. Se lo explico de otra manera: es sabido que El Corte Inglés tiene cada año un margen significativo de pérdidas por hurtos y escamoteos. Pese a lo cual no cierra, ¿verdad? En vez de ello mejora constantemente sus sistemas de seguridad y (al igual que otros grandes comercios) prorratea el valor de lo que va a ser robado en el precio del género puesto a la venta. Es tan sencillo como eso. Pero Rajoy, claro, no quiere enterarse. Qué calamidad.