Que decenas de miles de aragoneses (sobre todo zaragozanos) hayan estado durante semanas pendientes del agapitesco Real Zaragoza es una cosa normal. Cargar de emoción un final de Liga agónico es una especialidad de la casa, y parece que la parroquia participa en el juego. Por otro lado, los tiempos vienen tan malos que buscar una gatera por donde evadirse un rato es casi cuestión de higiene mental.

En una sociedad compleja como la nuestra, no existe contradicción aparente entre el masivo desplazamiento a Getafe y la presencia en la manifestación que conmemoró el primer aniversario del 15-M. Hay gente para todo. Incluso no sería extraño que algunas personas hubieran ejercido sucesivamente de ciudadanos indignados y de fervorosos hinchas. Hace unos años me contaron la historia (creo que verídica) de un vecino de Madrid que en pocas semanas pasó de acudir henchido de fervor a una misa celebrada en la capital de España por Su Santidad el Papa a participar con explosiva alegría en el desfile del Día del Orgullo Gay. Es una situación retorcida, lo sé, pero piensen ustedes que no pocos homosexuales han venido votando al PP (véanse los últimos resultados en Chueca) por más que Zapatero les concediese el derecho al matrimonio. Lo cortés no quita lo valiente (o viceversa).

Los acontecimientos político-económicos de la pasada semana han estado repletos, todos ellos, de contradicciones manifiestas (o no, según se mire). No cabe extrañarse de que el PSOE haya entendido las razones que han llevado a la nacionalización de Bankia. A la postre, todos sabemos que los socialistas españoles han sido siempre partidarios de la ortodoxia impuesta en la UE por los conservadores. Puestos a valorar, mucho más extravagante resulta que el PP, adalid del liberalismo extremo y del sálvese quien pueda, haya realizado semejante intervención pública en el sector financiero. Claro que la derecha celtibérica, como no me canso de repetir para indignación de algunos lectores, lleva en sus genes el ideal supremo de privatizar beneficios y socializar pérdidas aunque sea preciso retorcerles la teoría a Adam Smith o a Milton Friedman. Aquí vale todo.