El presidente Rajoy reaccionó con renovada displicencia ante las ofertas de diálogo y pacto que le lanzó Rubalcaba. Éste, a su vez, se ha puesto consensuador por la simple razón de que no sabe cómo ejercer de leal oposición en estos tiempos tan revueltos y míseros. No tiene (el del PSOE) ideas ni criterios ni argumentos, pero viendo a su adversario aún más despistado que él, el país estupefacto y el desastre a la vuelta de la esquina, se ve en la obligación de darse a entender... y entonces habla de diálogo. Por decir algo, se comprende.

Pero el líder del PP está, a su vez, traspuesto y escéptico. En algún momento creyó que con un poco de sentido común, haciendo lo que fuese menester, poniendo cara de tío serio y sustituyendo al chiquilicuatre de Zapatero, la crisis se iría dispersando solita cual tormenta estival, los mercados se relajarían, Europa entera aplaudiría y él se fumaría un puro a la salud del público ultraliberal tras cortarle las dos orejas y el rabo al Estado del Bienestar. Pero el plan no ha salido bien. A estas alturas, don Mariano se ha dado cuenta de que por mucho que recorte, anule, ajuste, despida y machaque, ahí fuera le van a pedir más y más y mucho más. Cuánto cabronazo hay suelto, pensará cada mañana, cuando le pasen el papelín con la evolución de la prima de riesgo. Por eso se queda frío cuando Rubalcaba le tiende la mano. P'a tontadas está el pobre hombre.

El fantasma de los gobiernos de concentración recorre las rutas de los países intervenidos (o casi) desde Atenas a Madrid. Existe la idea de que, si los desprestigiados, fracasados y tramposos partidos mayoritarios se agrupan, se producirá (de manera sencilla, instantánea y maravillosa) ese milagro que ni Montoro ni de Guindos han logrado con tantos aspavientos abracadabras y superrebajas presupuestarias.

Siendo sincero, comparto la displicencia de Rajoy. Dos pseudolíderes desnortados y sin programa sólo producirán por agregación un desconcierto y un desmadre mayor. Es lo mismo que pasó con las cajas: se pusieron a fusionarlas para que cogieran volumen y el resultado fue... Bankia.

¿Pactos? ¿Gobierno de concentración? Bueno, vale; pero... ¿para qué?