La presidenta Rudi, tras reunirse a paso de carga con el socialista Lambán, la patronal y los sindicatos, concedió ayer una rueda de prensa (con preguntas, como debe ser) para pedir calma, unidad, resignación y arrepentimiento. No dijo nada concreto sobre cosa alguna, pero se le notaban las ganas de exorcizar los demonios de la crispación social. El arrebato del otro día contra la consejera de Educación y la posterior bronca que organizaron los mineros del carbón en La Aljafería (y luego en Teruel) han disparado las alarmas. La gente que manda en el PP aragonés venía a disfrutar del poder no a sufrir agobios. Se han asustado. Y eso que la cosa no ha hecho más que empezar.

Quien fustiga consterna. La contestación ciudadana contra los recortes va a desarrollarse en paralelo a los ajustes. Si estos aumentan, el cabreo popular también. Hasta hoy el civismo y el respeto a las reglas de juego han sido la tónica general de las sucesivas huelgas y manifestaciones. Pero esa normalidad en las protestas no se mantendrá indefinidamente. Habrá más incidentes, más insultos, más acosos a las mujeres y hombres públicos que deciden o permiten la destrucción del Estado de Bienestar. Habrá más consternación.

A la postre, Rudi sólo es una pieza en el engranaje y ni quiere ni puede hacer más de lo que hace. El sábado, su jefe, Mariano Rajoy, interpretó un nuevo y excepcional acto del sainete en que se está convirtiendo su mandato. Presumió de haberse puesto por montera a la Troika, aseguró que todo estaba resuelto... y se fue a ver el partido de la Roja. Qué majo. Pero ayer la prima de riesgo ascendió otra vez a los 520 puntos, y nadie duda de que esos cien mil millones destinados a rescatar a los bancos caerán a peso muerto sobre las espaldas de todos los españoles. Nuestro destino es la pobreza. La economía real cae a plomo (desde diciembre del 2007 la inversión en bienes de equipo ha bajado ¡un 61%!, segun datos del Ministerio de Economía). Se prevén nuevos e importantes retrocesos del PIB español. El empleo no se recupera.

Esto, queridas jefas, queridos jefes, no se zanja con buenas palabras (y oídos sordos). La ciudadanía arrastra demasiada consternación.