Acabé la semana pasada agobiado con todo lo que se nos venía encima. La OCDE reclamaba la jubilación a los setenta. El FMI exigía una inmediata subida del IVA, nuevas bajadas del sueldo de los funcionarios y la aceleración de lo que los ortodoxos llaman, pudorosamente, reformas. Desde todos los ángulos llovían recomendaciones terroríficas. En España, el ministro Gallardón, supuesto adalid del centrismo, advertía de que hemos de prepararnos para currar los trescientos sesenta y cinco días del año, que está muy relajado y muy vago el obrerío. Y aquí el Gobierno (o como quieran llamarlo) de la señora Rudi y el Gobierno municipal (o lo que sea) del señor Belloch anunciaban más recortes, subidas, ajustes, apretones, putadas.

Toda la artillería apunta contra la capacidad adquisitiva de los trabajadores y las clases medias, y contra los servicios y el sector público en su conjunto. No se oye ni media palabra sobre la reforma del sector financiero (para ponerlo en orden, regularlo, controlarlo y disciplinar a sus gestores) ni sobre los cambios imprescindibles en la ordenación urbanística (para cortar por lo sano con la especulación y fijar una banda de precios justos y razonables) ni sobre la transformación del modelo económico ni sobre nada que afronte la crisis como lo que es, el producto de un Sistema perfectamente podrido e insostenible.

Se sigue hablando de organizar olimpiadas y campeonatos, de urbanizar los últimos metros de playa virgen o de construir más viviendas en el destierro de Arcosur (ya me perdonarán los arqueros, pero las cosas son como son). Madrid y Barcelona se pelean por Eurovegas (el tal Adelson se debe deshuevar de semejantes primaveras). Y para disimular el Príncipe de Asturias ha comunicado que este verano renuncia a las regatas. Qué majo.

Cada día, este delirio es comentado con creciente ironía por los medios de comunicación extranjeros. El New York Times ha explicado que la crisis española no es tanto consecuencia del gasto público como del estallido de la burbuja inmobiliaria y su impacto sobre una Banca sobreexpuesta. Pero nada... que si quieres arroz, Cospedal.