Hay detalles muy cucos en esta locura que nos envuelve. Por una parte tenemos el hecho de que los altos ejecutivos españoles (pongamos, por ejemplo, los de las empresas que cotizan en el Ibex) son los mejor pagados de Europa y perciben emolumentos por encima de sus homólogos de países mucho más ricos. Por otra, nuestras escuelas de negocios aparecen en los ránkings al uso entre las mejores del mundo. Lo cual plantea de inmediato una reflexión: si los que manejan los bancos y grandes compañías de este país son tan listos, están tan bien preparados y ganan pasta sin talento, ¿por qué estamos como estamos? Qué diablos ha fallado aquí.

La evolución de los acontecimientos en diversos ámbitos de la actividad económica ha sido muy similar. Durante la década de los Noventa, los métodos de gestión fueron objeto de vertiginosos cambios que desterraron la lógica, la prudencia, la sostenibilidad, la ética, la experiencia y el trabajo en equipo por una especie de vamos a llevarnos el mundo por delante y el último que apague la luz. Se inflaron artificiosamente los beneficios, jugando con fuego, fundiendo las reservas, tirando de crédito, iniciando a lo loco nuevas y disparatadas actividades, buscando ganancias astronómicas... Se desencadenó entonces una ráfaga de dinero aparentemente fácil y los altos directivos, repletos de autoestima, se premiaron a sí mismos con sueldos de futbolista más bonus, stock options, comisiones, blindajes y fondos de pensiones. Lo cierto es que cuando el reventón de las burbujas puso los puntos sobre las íes y la ingeniería financiera (incluida la manipulación de los balances) no dio más de sí, estos personajes ya eran multimillonarios y flotaban en el éter. Sólo les quedaba darse media vuelta, retabillar los últimos euros y largarse tan felices como el caballo de Atila tras una buena galopada. Algunos de ellos aún andan por ahí, ludópatas perdidos, inventando mayores delirios, apostando al límite... ¡Ah! y explicándole al respetable que España necesita mucha reforma, mucho trabajo y mucho sacrificio (por parte de los demás, se entiende). Qué listos, los muy bordes.