El presidente Rajoy cuando se anima por fin a explicarse en público lo hace mirando al infinito, cual autómata que dice lo que dice porque no puede decir otra cosa. Se le notan dos cosas: la primera, una gran sorpresa por el hecho de que los mercados no hayan reaccionado como es debido ante su advenimiento al poder y sigan pegando bandazos p'abajo, dando sustos, acarreando altos beneficios a los corsarios que juegan a corto y arruinando a los ahorradores de clase media; la segunda, que en realidad a él le va la marcha del ajuste y hace lo que hace con la íntima satisfacción de quien cumple su destino, aunque preferiría ser mejor comprendido por los jodidos españoles.

La de nuestro Mariano es una situación complicadilla. Por eso, cuando debe tomar alguna iniciativa para presionar, aunque sea un poquitín, a la cancillera Merkel se frena, se queda in albis o se sale por la tangente. Porque en realidad él está convencido de que la frau tiene razón: que abaratar la deuda española sería darle heroína al yonqui, que la receta ortodoxo-conservadora tiene como ingrediente básico reducir el gasto público y no hay otra, que el Estado del bienestar es una rémora, que la ley del mercado es la ley de Dios. Amén. El inquilino de la Moncloa adora a la gran jefa germana, entiende sus argumentos y él mismo sería un clon de la teutona si se atreviese a afeitarse la barba, ondularse con la permanén y ponerse una americana color berenjena y un pantalón color pistacho.

Parece ser que vamos camino de un rescate blando y de una intervención light (en realidad no hará falta más porque llevamos intervenidos más de dos años). Cabe suponer que en las próximas semanas, mientras Draghi ata cabos, irá calando el mensaje de que, al no poder hacer política monetaria alguna (pues tan esencial aspecto ha sido cedido a la Gran Alemania y es gestionado por operadores privados: asesores, agencias y fondos), lo mejor es dejarse llevar. Que hagan con nosotros lo que quieran.

Como le dice Angela al celtibérico cuando no está el traductor: "Ven aquí, Marrriano, ¡te va a gustarrr!"