Este servidor de ustedes ha empezado las fiestas a tope. Que se joda la crisis. Me eché a la calle el sábado y ayer por la mañana resucité tan ricamente sin saber muy bien si lo sucedido en las últimas cuarenta y ocho horas era verdad o alucinación (aunque eso también me pasa cuando oigo los informativos de Aragón TV y para ello no me hace falta meterme en juerga).

Aquí se alucina por lo natural. Te vas al show de Cabaret Dadá, que es como un desfile frikiartístico, contracultural y contestatario, y acabas flipando. En la madrugada del domingo, pasadas las dos, estaba en escena un trío cuyo cantante (delgadito, menudo y distraídamente chulo) era la viva imagen de Salvador Arenere (el gran factótum de Puerto Venecia) con melena ondulada y un pantalón vaquero de los que se ponen con calzador. ¡Es Arenere!, dije al verle. Cómo va a ser, contestaron mis acompañantes. Lo es y está celebrando el éxito de su invento, agregué mientras me replegaba hacia el bar. No era tal, claro.

Horas antes ya había escuchado (a lo lejos, ¿eh?) la versión flamenca del Canto a la libertad, había asistido a varios debates sobre el manto rojo que le pondrán a la Virgen del Pilar en la ofrenda de flores y asumido, una vez más, que una ciudad gobernada por Juan Alberto Belloch y Jerónimo Blasco) siempre será un pozo de sorpresas. Y menos mal que el juez Albar está al quite, impidió que pusieran barras en las calles y así he podido deambular durante dos noches sin que la tentación me asaltase al revolver las esquinas. Gracias, señoría.

A la manifa del domingo llegué tarde. Pero conecté con la peña justo cuando rompía filas y marchaba camino del vermut. Comimos como príncipes (aunque esté mal que lo diga, pues yo mismo guisé las fabes frescas de temporada con rebollones, un toque de chorizo y guarnición de gambas rojas al ajillo, cuyo aceite sirvió para perfumar el plato). Bebimos la última botella de champagne que quedaba de un viaje a Francia. Y antes de irnos a recibir el lunes juramos que el próximo fin de semana, aunque sigan las fiestas, vamos a ser muy, muy formales. No me queda un céntimo.