A ratos uno se tiene que reír, pues llorar por las esquinas es inútil y da mal tono. Además, qué se puede hacer cuando viene nuestro Mariano a leernos la misma poesía de los brotes verdes que recitaban los otros gandules. O cuando un tipo que representa a la gran Banca privada se aferra todavía a la construcción y el crédito hipotecario como un bebé malcriado a su chupete. Hay que tomárselo a broma, aunque el chiste sea muy malo.

La cultura oficial española es ladrillera y eso no se puede remediar. Uno de los más estrepitosos fracasos de la actual democracia (que se percibió nada más tomar posesión los primeros ayuntamientos elegidos por sufragio universal) ha sido la incapacidad de las instituciones para acabar con la especulación del suelo. Por el contrario, los traficantes de solares han seguido siendo los amos del país, a medias con el capital financiero. Al final, burbuja inmobiliaria, burbuja crediticia, explosión y crisis de duración indefinida. ¿Y qué queda después? Una deuda de la hostia y, sin embargo, una fortísima nostalgia por el paraíso perdido. Por eso el Gobierno aragonés lanza una reforma de la Ley del Suelo que pretende incrementar aún más la posibilidad de que los promotores expriman a placer las hectáreas urbanizables. Por eso el Ayuntamiento de Zaragoza amaga con vender al mejor postor la joya de los solares públicos: los Depósitos de Pignatelli. entre el parque del mismo nombre y la zona de Ruiseñores. AIhí es nada.

Claro que lo de los depósitos tiene una oscura explicación: no se harán allí bloques ni VPOs ni mucho menos vivienda social, sino bonitos chalets, enclavados en una amplia zona verde. Vista así, la cosa parece lógica: si los ricos (los de verdad verdadera) son los únicos que tienen ahora mismo capacidad para seguir comprando inmuebles, cochazos y tal, ¿por qué no dirigir directamente hacia ellos esta operación? Para los mindundis, oye, ya están los lejanos acampos del Sur, que, según la publicidad, también serán verdes... algún día.

O sea: se ha desplomado el cielo sobre nuestras cabezas, pero antes morir que rectificar. Qué bestias.