Votar se está poniendo muy complicado (¿a quién?, ¿para qué?), pero hacerlo ayer en Cataluña era una aventura al límite. La gente fue a las urnas tras engullir una campaña demencal, llena de absurdos, sucia y esperpéntica. Ahora no sé si el derrotado Mas cumplirá sus promesas escisionistas empujado por la recrecida Esquerra, ni si el Gobierno y el PP tenderán puentes para resolver el contencioso bajo cuerda, ni si el PSC se separará todavía más del PSOE o se refundará. Tampoco soy capaz, sin analizar los resultados más despacio, de aventurar hasta qué punto los escándalos previos han modificado los resultados. Es evidente que el chaparrón de mierda no ha impresionado demasiado a los electores. Los catalanes, ya lo ven, no están tan locos.

Lo que por encima de todo me parece positivo es cómo los electores han soslayado el lamentable contexto de estas elecciones. Observándolo quedan pocas dudas sobre cuál es el nivel de nuestra democracia. Cataluña, en pleno paroxismo soberanista, ha resultado ser el perfecto paradigma de esta España descompuesta y en crisis. Por fortuna, el delirio sociopolítico que podía haber supuesto la mayoría absoluta de CiU tras los recortes y la demagogia patriótica no ha cuajado.

Aunque ayer por la noche nadie hablaba de ello, el caso del informe policial o, si lo prefieren, el caso de las cuentas en Suiza sintetiza de manera admirable las miserias del Sistema. Miserable fue la manipulación de un documento obviamente creado para su posterior filtración. Miserable la utilización informativa de los papeles en cuestión. Miserables los malabares al respecto del ministro del Interior. Miserables las torpes sugerencias de Montoro. Miserable la reacción de Mas y de Oriol Pujol envolviéndose en la senyera y utilizando al pueblo catalán como escudo humano. Miserables las disquisiciones sobre quién y cómo tiene las cuentas en Suiza y en Liechstentein. Miserable, en fin, todo el barullo, con el merdé del Palau como telón de fondo. Votar después de todo eso ha debido ser la mundial. Pero la gente no es tonta. Una vez más ha quedado de manifiesto. Qué alivio.