Los reaccionarios españoles se relamen porque algunos ricos franceses (amigos de Sarkozy) han decidido mudar su nacionalidad y su sede fiscal para eludir los impuestos aplicados por François Hollande (por lo demás un socialdemócrata bastante tibio). Los desertores no quieren aportar el 75% del tramo que supera el millón de euros anuales ni someterse a ningún control, y buscan otro lugar que les dé cobijo (Bélgica o Gran Bretaña) y les permita disfrutar mejor de sus fortunas. A los telepredicadores del carajillo party esa huida insolidaria y miserable les parece genial. He aquí un perfecto ejemplo de cómo toda contradicción entre el amor por la pasta y el amor por la patria suele acabar decantándose a favor del dinero, que tira mogollón y carece de sentimientos.

Claro que la espantada de Depardieu y otros exfranceses de derechas tampoco es un fenómeno tan raro. Aquí tenemos nuestros particulares casos, no menos inauditos. Por ejemplo, la fuga a Suiza de la sociedad de inversiones donde ha recogido sus pingües ganancias el ingeniero-arquitecto Calatrava, quien después de forrarse colocándoles a las instituciones públicas españolas sus artefactos o simplemente sus proyectos, se escapa ahora con el parné, quizás porque está imputado en el Palma Arena y teme que venga Paco con la rebaja.

En cualquier caso lo de Francia tiene más enfoques. Ese país todavía posee un sector público muy potente, con un gasto que supera el cincuenta por ciento de su PIB. En tal medida se ha convertido en objetivo a batir por la Internacional Neocón, decidida a fundirse como sea ejemplo tan inconvenientes (una vez que España ya está en el bote, Italia delira y en general el Sur de Europa ha renunciado a ser algún día un espacio civilizado). Es verdad que Hollande va de cráneo empujado por los poderes fácticos galos (¡y los germanos!) y que ha de administrar una economía endeudada y una balanza comercial negativa. Pero, amigos, sólo se enfrenta a una prima de riesgo de entre 60 y 70 puntos básicos (Sarkozy llegó a tenerla en 180), lo cual quiere decir que París tiene cuerda para rato. Y lo bonito que es.