Cada vez resulta más inquietante comprobar las obvias limitaciones de quienes supuestamente tienen la responsabilidad de resolver la crisis (o lo que sea esto). Bien es cierto que algunos de ellos no están ahí precisamente para sacarnos del pozo sino para dejarnos en él por mucho tiempo, pues esa es la clave del negocio.

La actualidad ha convertido en axioma el hecho de que los políticos (en general) son una pena. Muchos de ellos, ciertamente, están tan sobrepasados por su responsabilidad (en el gobierno o la oposición) que su naufragio resulta clamoroso. Ahí está el presidente Rajoy, cuyas contradicciones, rectificaciones, ausencias, despistes y absurdos brillan cual faro en la noche. O sus ministras y ministros, algunos de los cuales parecen seleccionados en un concurso de nulidades. O mogollón de cargos públicos de nivel medio-alto (sean del PP, del PSOE, de CiU o de otras formaciones), cuya capacidad está muy por debajo de su responsabilidad. Las principales instituciones aragonesas, por ejemplo, son un muestrario de lo que digo.

La ineficacia ha sido tradicionalmente más lesiva que la corrupción. Y cuando ambas nos torean al alimón la cosa ya revienta. Porque además, el problema no se da sólo en el ámbito político. En absoluto. Las grandes compañías, los bancos y cajas, las mayores empresas también comparten esa maldita subordinación al principio de Peter. De hecho sería imposible imaginar la coexistencia de un sector privado altamente eficiente con un sector público de manifiesta ineficacia. Más bien las virtudes o defectos de éste suelen ser consecuencia de los de aquél. ¿No hemos visto a ciertos personajes ir y venir de una orilla a la otra sembrando a su paso el desconcierto y la ruina? ¿No llegó Rato de la política? ¿No vino Guindos de la banca? ¿Qué cabe esperar de unos y otros?

Buena parte de los ejecutivos remunerados con fijos de cientos de miles y aun millones de euros, más bonus, fondos de pensiones y demás gabelas (muy por encima de las de los políticos) van muy justitos o no llegan. En este país se ha primado la mediocridad y penado el mérito.