El franquismo se incrustó en el ADN de los españoles no sólo porque nos tuvo cuarenta años a su disposición, sino también porque aquel odioso régimen fue el compendio de la secular España negra. Llovió sobre mojado. Los heterodoxos, los progresistas, los revolucionarios apenas habían dispuesto de breves paréntesis para intentar cambiar el país, pero siempre acabaron derrotados. Así se normalizaron el despotismo, la desigualdad, el desprecio por el conocimiento y la corrupción, características esenciales de los reaccionarios. Su infiltración en el subconsciente colectivo ha sido tan profunda que la actual democracia las incubó en su seno como un alien dispuesto a emerger brutalmente de su desdichado huésped. Justo ahora.

Es curioso comprobar cómo muchos de los nuevos cargos elegidos tras la entrada en vigor de la Constitución del 78 fueron abducidos por las viejas costumbres. Hay ejemplos rampantes y de enorme proyección. La planificación urbanística, sin ir más lejos. El sometimiento de los ayuntamientos a los intereses de los grandes promotores constructores era ya evidente en los Ochenta. Y de aquellos polvos vienen los lodos de hoy.

Los políticos se arrimaron a los privilegios característicos del poder. Como antes hicieran los militares, se rodearon de asistentes, se subieron a los coches oficiales, aprovecharon su posición para trincar pasta, se montaron incluso clubes de oficiales (esos bares y restaurantes de los parlamentos) donde darse un homenaje a precio tirado. Las nuevas élites coincidieron con las más antiguas (los ricos-ricos de toda la vida, que decía Emilio Botín padre) en las cacerías y las recepciones.

Es cierto que la democracia incentivó el desarrollo económico y social, y fue más generosa a la hora de repartir. Todo mejoró mucho, muchísimo. Pero en estos momentos los recursos son limitados, la vaca no da más leche y tanto los ricos-ricos como sus agentes en las instituciones no quieren bajarse del carro. El franquismo proyecta sobre nosotros su larga sombra. Incluso hay gente que aboga por dejarse de política y de tontadas... y que vuelvan a mandar los militares.