Será verdad que España afronta una tormenta perfecta (una de esas galernas que nos arrasan cada varios decenios) y en esta ocasión lo hace con sus timoneles fuera de combate. Nos envuelve una atmósfera noventayochista. Cunden los peores presagios. La nueva exhibición, anteayer, de los independentistas catalanes ha dejado a muchos estupefactos. Las goteras del Congreso se han convertido en la metáfora de una crisis que golpea sin cesar. Ahora empiezan a enterarse los habitualmente enterados de que fue esa crisis (de carácter total y sistémico) y no otra cosa la que nos apeó de la dichosa carrera olímpica. ¿Estamos al borde del desastre?

Preside el Gobierno de este país un ciudadano que por lo visto quiere hacer de la inacción un método para resolver los problemas esperando que éstos se agoten por sí solos. Rajoy deja que corra el tiempo, insiste en que es verdad aquello que las evidencias desmienten (o niega lo que resulta evidente) e intenta fabricar optimismo económico describiendo como recuperación lo que no es sino un trabajoso reptar de los indicadores por el fondo de esa ciénaga que es el brutal empobrecimiento de los más y el sucio enriquecimiento de los menos. Pero si puede hacer tales cosas (por ejemplo, ratificar que Bárcenas no estaba en el PP cuando queda probadísimo que sí estaba) es porque enfrente tiene al zombie Rubalcaba, sobre cuya toldilla caen los ERE andaluces como chuzos de punta. Y tú más, se reprochan mutuamente. Pero Mas está en otra guerra, desbordado, dicen, por el independentismo, que en Cataluña es la única alternativa política puesta sobre la mesa. Patético.

Buena parte de los líderes del PP (la catalana Sánchez Camacho, sin ir más lejos) solo son capaces de expresarse en el ámbito amigo del TDT party. Los socialistas, ni siquiera. La lógica política se ha disuelto en una nube de reacciones emocionales, utilizadas las más de las veces para tapar la más pura y dura corrupción o la más absoluta incapacidad de resolver los problemas de España y sus naciones, nacionalidades, regiones y ciudades autónomas. Esto empieza a dar miedo.