La democracia está en serio peligro. Me refiero, claro está, a la democracia formal con todos sus matices, sin cuya existencia se evapora lo demás. El principio de libertad de elección de nuestros representantes anda muy tocado (¿no son los candidatos predeterminados por los aparatos de los partidos?, ¿no es la Ley Electoral una norma a la medida del bipartidismo?, ¿no es habitual prometer una cosa en campaña y hacer luego la contraria?), pero además el contexto general es cada vez más negativo. Esto vale para todo el planeta global, pero tiene especial impacto en países frágiles como España, donde ni el Estado de Derecho está bien asentado ni la sociedad está organizada ni la estructura económica acaba de ser sólida.

Somos muchos los convencidos de que estamos entrando en una nueva edad de la Historia. Hace tiempo traspasamos las fronteras de lo que considerábamos contemporáneo. Ahora llega otra cosa que aún no acabamos de entender ni de calificar. La nueva época, postmoderna, individualista, frívola y muy condicionada por las nuevas tecnologías (sobre todo las de la comunicación), avanza hacia el paradigma de un mundo controlado y manejado desde unas altísimas cúpulas con capacidad para verlo todo, saberlo todo, trastocarlo todo y entontecer a todo dios. La impresionante potencia de los nuevos oligopolios del ámbito electrónico (Windows, Google, Amazon) y su férrea alianza con las burocracias políticas deja entre interrogantes nuestra capacidad de elección y nuestras libertades esenciales. Cuando Estados Unidos espía a sus enemigos, a sus aliados y a millones de personas corrientes y molientes, podemos hacernos a la idea de lo que hay (y Rajoy pidiendo explicaciones al embajador yanqui mientras se muere por ser recibido en el despacho oval, qué cosa tan patética).

Así que habremos de volver a la lucha por la democracia (o por su integridad). Estamos en una nueva etapa, vale; pero la Historia continúa. Y ni con todos los algoritmos y chips habidos y por haber se puede engañar a todos durante todo el tiempo. No dejaremos de amar la libertad.