Pues sí, las personas sensibles se han quedado estupefactas ante la sentencia del Prestige. Porque si nadie tuvo la culpa y todo ha de ser atribuido a la mala suerte, si los cuantiosos daños y gastos causados por el chapapote deben correr por cuenta del contribuyente (cuando hasta la fecha las aseguradoras tenían al menos que retribuir buena parte de los daños a terceros), si todo estaba en orden... ¿quién nos asegura que cualquier día no tenemos otro petrolero reventando frente a la costa, otra empresa química colmándonos de veneno u otra balsa de residuos tóxicos arrojando su carga sobre algún parque nacional?

Todo se está torciendo y nuestro Estado, que quisimos del Bienestar y de Derecho, deriva en unas nuevas circunstancias en las que la democracia se desnaturaliza y el pueblo pierde soberanía y derechos de una sola tacada. Los servicios públicos se van al garete, mientras educación, salud y pensiones pasan a convertirse en un negocio sin contemplaciones. Los ministros del Reino de España se aplican a destruir aquello que les fue confiado (lo de Wert clama al mismísimo infierno). La Ley y la Justicia evolucionan de regreso a los tiempos oscuros.

El Gobierno, en uso de sus atribuciones, está reorganizando a su aire la Unidad de Delitos Económicos y propone una nueva Ley de Seguridad Ciudadana perfectamente autoritaria. La instrucción de los sumarios relacionados con la corrupción (sobre todo si el marrón atañe al bendito PP y a la gente de orden en general) avanza a paso de caracol camino de no se sabe que prescripción, desestimiento o archivo. Nos prometen una transparencia de mentira mientras constatamos que las administraciones del Reino de España son de las más opacas del mundo (Hemisferio Sur incluido).

Eso sí, somos muy cuidadosos con las formas y el protocolo. Las ridículas bravatas de un diputado catalán radical (no sé en qué sentido, pero radical sin duda) han causado más lamentos e impacto que la repugnante forma en que Rato y Serra se quitan de encima la ruina de Bankia y Caixacatalunya, respectivamente. Todo perdonado, oye. Como lo del Prestige