El jueves se volvió a conmemorar el Día Internacional de la Mujer, lo de trabajadora se da por añadido. Este día fue establecido por la ONU en 1977 para celebrar la lucha de las mujeres por conseguir la misma igualdad social y jurídica que los hombres. Dicho así, aún me rebota en las meninges como algo extraño y anormal que se tenga que recordar esta fecha. Aún habiendo conseguido ya en el siglo XIX el sufragio femenino, en pleno siglo XXI, en nuestro país vemos que estos derechos no están del todo logrados. Las estadísticas nos dicen que las diferencias de los sueldos entre hombres y mujeres en un mismo puesto de trabajo siguen existiendo. Si hablamos de derechos humanos y si nos vamos a países con religión musulmana, el papel de la mujer, siendo que es primordial para cualquier sociedad y mucho más para la suya, es relegada a la humillante significación de un cacahuete pisoteado. Qué se puede hacer, denunciarlo, publicitarlo para que se mueva la conciencia mundial, todo eso ya se hace pero no se toman medidas beligerantes que puedan impedir el animalismo que se produce contra la mujer. Lo que sí se podría hacer es impedir, en nuestro país, que imanes como Abdeslam Laarusi acusado de fomentar la violencia hacia las mujeres, puedan ejercer ese proselitismo ante 1.500 fieles; esto es un caldo de cultivo muy peligroso. Además este imán no es un charlatán cualquiera, es vocal dentro de un Consejo que articula el Islam en Cataluña. No sirve echarle un año de prisión, como a su colega de Fuengirola en el 2004, los discursos de los imanes deberían ser controlados hasta tal punto que, si hay que permitir que practiquen su religión, se limiten a una salat u oración sin más opciones.

Pintora y profesora de C.F.