La luminosa idea de introducir en el estatuto de Cataluña el concepto de "nación" como si lo fuera por sí sola, aparte de España, define el talento de los sugeridores. Emplear los preámbulos de las leyes para funciones ajenas a la única que tienen empieza a ser una tentación frecuente; el mimetismo prevalece sobre el sentido común y además, en la actual vida política todo se subordina al "hoy", esto es a lo que mañana ya será viejo. Profundizamos poco y sólo nos atrae flotar y ser arrastrados por la corriente que domina aquel "hoy". Tocan a trivializarse.

Sólo se trata, dicen los negociadores, de que "no nos separen las palabras", pero resulta que están sustituyendo a las ideas; llamar a Cataluña "nación" aunque solo sea en la parte expositiva de su nuevo estatuto, es una estolidez de las que hacen daño. Como ZP anunció que se reservaba hasta ocho fórmulas distintas para denominar a Cataluña quizá fuera útil que las diese a conocer para que "el pueblo soberano" opinara al menos sobre el nivel mental de sus líderes, pero eso requeriría que los más sensatos del PSOE superaran el miedo que sienten cada vez que ZP se explica. Un día hablaremos del referéndum preciso.

Es sencillo predecir que esa palabra tolerada en el preámbulo de un estatuto va a ser la semilla de futuras reivindicaciones y conflictos y que no resolverá ninguno; en su estatuto de 1932, Cataluña era calificada como "región" y sin embargo en el de 1980 recibió el calificativo de "nacionalidad" que, como decía ingenua o maliciosamente uno de los ponentes de la Constitución, sólo era "una forma de denominarse". Ahora quieren ser "nación" aunque no consta históricamente que lo fuera nunca porque la vida política de Cataluña como unidad política autónoma, jamás soberana, empezó en 1932.

¿Para qué sirve el preámbulo de una ley si no es para explicar los motivos de la ley o lo que el legislador no quiso que la ley dijera? A los preámbulos de las leyes se les denomina tradicionalmente "exposiciones de motivos" porque han servido, al menos hasta la llegada de ZP, el hombre de las ocho soluciones, para explicar las razones tenidas en cuenta a la hora de elaborar la parte dispositiva de la ley correspondiente, sirviendo así como vía de interpretación auténtica de lo que esa ley mande o permita hacer. Es lo que se llamaba congruencia.

Ahora, según las cosas que van diciendo los oscuros traedores del futuro común, parece que "nuestro Gobierno" ha pactado la palabreja con sus nada dudosos socios de Barcelona; tan poco dudosos que una vez que embarcaron a los socialistas se desembarcaron ellos, anunciando que dirán "no" al estatuto tras dejar en la propia ley el germen con el que el catalanismo separatista (hay otro muy legítimo e integrador) aspira a trocear España o al menos, a arrebatarle al común una porción de la soberanía única y hasta ahora nunca fraccionada. Aunque los mayores cabe que no lo veamos, los que hoy son jóvenes se escandalizarán un día de ver a los iluminados de mañana decir que quieren el Estat catalá y "també cabe que vean, otra vez, cañones en la plaza de Sant Jaume y a un coronel presidiendo la Generalitat para restablecer el orden constitucional. El precio de la inmoderación consiste en repetir lo que ya pasó. Todos y tots los gobernantes deberían tener en la cabeza ciertas nociones de historia bien aprendidas y mejor recordadas, pero temo que algunos dirigentes son políticamente incapaces de asumir su alta responsabilidad; creen que en política no existe más que el duro "hoy" y que todos los días son para empezar de nuevo. Son errores imperdonables porque la historia es la ley de la gravedad de cuanto queramos hacer perdurablemente en política; lo que hagamos sin tenerla en cuenta será, recuérdese, como edificar sobre la arena.

¿Querrá darse a todas las Comunidades la solución que están perpetrando para Cataluña o querrán privilegiarla? Las llamadas cláusulas de blindaje son como ponerle cadenas al mar intentando pasar por previsores. Pienso sinceramente que ni los proyectistas lo saben, pero afirmo que alguna de esas alternativas contradicen la Constitución ya sea dando a un territorio más que a los otros o ya sea transformando nuestro Estado único en un Estado federal que sería otro salto en el vacío, porque en España jamás una Constitución avaló semejante modelo y sólo padecimos el amago de una episódica republiqueta federal que sufrieron nuestros bisabuelos; sin unidad seremos poco. Propongo un imposible: sustituir a ZP por Alfonso Guerra; tal como están las cosas, hasta el PP lo aceptaría porque nadie sabe a dónde nos llevarán esos estatutos pactados sin siquiera un amplio consenso. ¿Volveremos a la transición y con peores humos?