La oportunidad perdida es la que cuenta». Se trata de una frase atribuida a Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito. No he podido averiguar en qué momento la pronunció o si aparece escrita en alguna de sus obras. Así, sin contexto, es una frase tan inquietante como el actual momento político en España.

Hace poco más de un año, muchos ciudadanos creyeron que estábamos ante la oportunidad histórica de que algo empezara a cambiar en España. La combinación de crisis económica, corrupción política, cabreo generalizado, pinchazo estrepitoso de la burbuja inmobiliaria y nuevas voces y formaciones con mensajes de aparente frescura, auguraban un cambio radical que debía empezar con el fin del bipartidismo, al que parecíamos ya condenados por los siglos de los siglos.

Si la oportunidad perdida es la que cuenta, a lo mejor el Principito, personaje que salió de la misma pluma que la frase y que acaba de ser resucitado en el cine, nos ayuda a analizar cuántas y cuáles oportunidades hemos perdido en los últimos meses:

La primera que le podría venir a la mente al niño aspirante a monarca es la oportunidad que muchos ciudadanos confiados han perdido de no sucumbir a la ingenuidad de creer que los nuevos políticos traían de verdad debajo del brazo algo distinto de lo que decían combatir y despreciar. El domesticado zorro dirá lo que quiera, pero la sensación posterior al fiasco se parece más a la que queda después de hablar con el bebedor, ese personaje que confiesa al Principito que bebe para olvidar la vergüenza de ser un borracho.

Más allá de esta oportunidad perdida, que no deja de ser íntima y por tanto limitada, el Principito, acompañado del adorable rey absoluto que encuentra en el primer planeta, podría ilustrar a los partidos políticos, los nuevos y los viejos, acerca de todas las oportunidades que han perdido en los últimos veinte años: la de modificar a fondo el sistema electoral para que la soberanía resida de verdad en el pueblo y no en los partidos, la de no engañar a los ciudadanos como si fuéramos idiotas, la de actuar con sentido de estado y con empatía, la de pactar pensando en el bien común y no en el propio, la de no pactar aceptando condiciones inaceptables…

Es posible que todas esas oportunidades perdidas nos lleven al absurdo de unas terceras elecciones. Si se da el caso, los ciudadanos deberíamos practicar algo de lo aprendido tan amargamente y no perder la oportunidad de decirles a los partidos políticos en las urnas lo que es un clamor en la calle. Si llegan esas infames terceras elecciones, tal vez sea el momento de protestar en serio y de votar a otros que no se hayan hecho acreedores de nuestro desprecio. ¿A quién? Esa es la gran pregunta. A cualquiera menos a los mismos es la respuesta airada. El voto animalista se está convirtiendo en una opción para desencantados con la especie humana, pero no descarto que a PACMA le salga alguna fuerza antagonista, integrada por amantes de la fiesta nacional, devotos del chuletón y ciudadanos molestos con las molestias que causan las mascotas. Al escueto programa de quienes sólo prometen escaños vacíos a cambio de un voto casi blanco. A nadie, con una abstención responsable y voluntaria. O tal vez a esos partidos minoritarios que deberían estar al quite y reclamar para sí la oportunidad de hacernos olvidar todas las oportunidades perdidas por los otros, esas que, según Saint-Exupéry, son las únicas que cuentan.

Los partidos políticos «tradicionales», esos que están llamados a gobernarnos, deberían tomar nota y entender de una vez lo que en El Principito no entienden ni el Rey, ni el Vanidoso, ni el Hombre de negocios, ni el Farolero ni el Geógrafo. Deberían comprender que son un instrumento y no un fin, que su objeto es servir a la participación ciudadana y que sus líderes están ahí no para prosperar personalmente, sino para lograr la prosperidad colectiva de un país en el que el sectarismo, el clientelismo y el capitalismo de amiguetes siguen siendo las verdaderas herramientas de ascenso social, por encima del esfuerzo, el mérito y la capacidad. Un país que se pone esos valores por montera es un país con problemas de futuro, que ve un sombrero donde sólo hay una boa que se ha tragado a un elefante y que no sabe reconocer ni el peligro de la serpiente, ni la amenaza de los baobabs, ni la utilidad de los volcanes, ni el valor que esconden la belleza de la rosa y la amistad del zorro.

Si quieren, vayan al cine a ver la última versión de El Principito, pero antes léanlo, sobre todo si hace muchos años que lo hicieron por última vez.

*Escritor