Nada más banal que morir ahogado por no tomar oxígeno. Así deben pensar los simpatizantes del PSOE, que observan shock tras shock electoral la ausencia de reacciones. Sus dirigentes corren el riesgo de poner todos sus esfuerzos en mantener su posición a costa de ignorar el hundimiento. ¿Por dónde tomar impulso?

Primero, el PSOE debe asimilar que lo peor puede estar por llegar. El suelo electoral no existe. O de haberlo, es el fondo del mar: la irrelevancia política. Sus colegas griegos del Pasok lo saben bien; las últimas encuestas les otorgan un 5,5% de votos, tras la izquierda de Syriza, los conservadores y los neonazis. El desgaste que conllevan los brutales recortes de Mariano Rajoy no se traduce en apoyo socialista. Y si en el pasado se pudo confiar en resistir el paso del tiempo (el hoy presidente del Ejecutivo bien lo sabe) para que la erosión del Gobierno diera paso a la opción menos mala, esto está descartado ahora, al menos para los socialistas.

LOS PARTIDOS tradicionales sufren un rechazo de los ciudadanos, que perciben que PSOE y PP se parecen mucho en el Gobierno. Para la izquierda, esta deriva es peor, porque abanderó en el pasado la utopía y una visión transformadora de la realidad. La distancia entre los sueños de los ciudadanos y las políticas del PSOE hace mella. Hay que proponer medidas audaces aun a riesgo de equivocarse. Hay poco que perder.

En segundo lugar, el PSOE debe liderar la oposición. La "oposición responsable" que ha promovido Alfredo Pérez Rubalcaba recuerda más a sus etapas en la bancada azul que a cualquier atisbo de control del Gobierno. No por utilizar los cauces institucionales se debe abandonar el contacto con la calle. Esta deriva solo afianza a IU y a UPD como bloques disonantes.

Es verdad que la gravedad de la crisis ha hecho difícil presentar una alternativa de Gobierno. La pregunta fundamental --"¿qué haría usted en este momento si estuviera en mi lugar?"-- no es de fácil respuesta dadas las múltiples variables en la partida del euro. Pero mientras se meditan alternativas hay que controlar al Gobierno. Si hay indicios de que la policía utilizó la fuerza de forma abusiva para dispersar manifestantes el 25-S, la respuesta no puede ser solo una pregunta parlamentaria. Deben los socialistas liderar la defensa de los derechos fundamentales y la libertad, sobre todo en un tiempo en que la crisis siembra un peligroso caldo de cultivo para los populismos.

Tercero, las instituciones y la vida parlamentaria sufren un creciente desgaste y falta de interés. Se puede discrepar en el recuento de manifestantes de los diversos 25-S, pero no se puede ocultar que el fenómeno de protesta ante nuestras instituciones goza de un apoyo mayoritario en la sociedad. Hay una abrumadora exigencia de regeneración democrática. Y este PSOE se ha disociado del malestar de los ciudadanos.

Debe proponer un pacto por la regeneración democrática: reforma de las instituciones (primero el Senado), ley electoral, diputaciones, mayor transparencia, etc. Además, debe ser intransigente con los casos de corrupción y con aquellos supuestos en que, sin mediar delito, la moral y la ética pública queden comprometidos, como ha ocurrido con las cajas de ahorros. La moderación de su discurso hacia el mundo financiero es bochornosa.

En cuarto lugar, los socialistas deben renovar sus liderazgos y abrirse a la sociedad. Una y otra idea están íntimamente vinculadas. Hace poco, Alfonso Guerra dijo: "Antes iban a la política los mejores, y hoy eso no pasa". Las dinámicas internas en el PSOE han incentivado la lealtad del subordinado por encima de la defensa de las ideas y la eficacia. El resultado es un partido cuya capacidad de respuesta se debilita por su tendencia hacia la selección adversa de sus dirigentes.

EN QUINTO LUGAR, el PSOE debe escuchar a sus economistas, pero evitar que ellos dicten su política, porque a menudo bloquean iniciativas de carácter económico que, no teniendo una finalidad exclusivamente económica, facilitarían la articulación de un mensaje progresista. Son quienes, por una responsabilidad mal entendida, impidieron en el Gobierno de Zapatero la defensa abierta de la tasa Tobin, hoy apoyada por Rajoy.

Por último, los socialistas deberían presentar una respuesta clara al reto que desde Cataluña y el País Vasco se está planteando para la articulación del Estado. Cada federación del PSOE no puede decidir sin pensar en el conjunto de España. El PSOE se congratula de ser el partido que más se parece a España; debería demostrarlo proponiendo una respuesta a unos retos nada nuevos. No hay demasiado tiempo, al menos si se quiere evitar un nuevo shock electoral más en las elecciones catalanas del próximo domingo.