El impactante descubrimiento del cadáver del actor Philip Seymour Hoffman con una jeringuilla colgada en el brazo revolucionó en febrero a todo el mundo. El intérprete murió por sobredosis de heroína mezclada con otras sustancias. La conmoción de su muerte sirvió a las autoridades estadounidenses para recordar con contundentes estadísticas el repunte en el país del consumo de heroína, que aumentó el 80% entre el 2007 y el 2012. Hoffman era la cara mediática de un fenómeno que vuelve a arruinar la vida de miles de anónimos estadounidenses, hasta el punto que el Gobierno ha considerado la heroína como uno de los grandes problemas nacionales de salud y define su consumo como una epidemia. En España la situación no alcanza las dimensiones de EEUU, pero aún es sinónimo de muerte. La heroína mata fue en los años 70, 80 y 90 del siglo pasado uno de los mensajes de mayor penetración social tras las terribles cifras de muertos. Con todo, y aunque superada por la cocaína, la heroína sigue sumando adictos. El caballo no ha muerto. No hay que bajar la guardia.