Se acabó el primer intento. Y dudo que haya otro. La posibilidad de volver a las urnas toma cuerpo por momentos. Algunos analistas aún aseguran que queda partido, que todo puede moverse de aquí a mayo, que los líderes políticos han convertido la rectificación en hábito y vicio... Pero ya no es tan fácil que quien dijo digo diga Diego. Salir del escabroso terreno donde se han situado los debates de esta semana exigiría cintura de delantero, rodillas de escalador y flexibilidad de contorsionista. Demasiado.

Para empezar, Rajoy y Sánchez no se pueden ver ni en pintura. ¿Y si abandonasen (uno, otro o los dos) su puesto para dejar paso a algún tapado? ¡Bufff! Ambos debieran haber dimitido después de sus respectivos fracasos electorales. Aguantaron, y actualmente su relevo provocaría enormes trastornos en sus partidos, donde las tensiones internas estallarían en una lucha fratricida por el poder.

Los ejes a derecha e izquierda se han roto. El PP sabe que Ciudadanos le disputa su espacio, como Podemos al PSOE. A un lado y otro del espectro, se lucha por ser o no ser. Los viejos quieren dejar a los nuevos en un rincón donde no molesten; estos aspiran a heredarlo todo y de inmediato. La pugna más agria y evidente, la que libran socialistas y podemistas, nos retrotrae a otras peleas a muerte (o casi) entre las siempre divididas izquierdas. ¿Cómo imaginar que hoy mismo o el lunes vuelvan a ser reconstruidos los puentes quemados el pasado miércoles? ¿No está claro que Sánchez e Iglesias solo se esfuerzan en dejar patente que fueron los otros quienes hicieron imposible una salida unitaria?

Los nacionalistas periféricos han dejado de ser aliados factibles. Su peso parlamentario es hoy otro factor problemático, en un Congreso donde los dos bloques ideológicos no lograrían sin su apoyo la mayoría absoluta.

Volverán a negociar hoy mismo o el lunes. Sin haber avanzado hasta ahora ni un milímetro, condenados a excluirse unos a otros, encabronados, advirtiéndose mutuamente sobre lo que puede pasar en otros ámbitos institucionales. En este plan, solo cabe esperar un milagro.