Nunca estuvo de moda ir contra las modas ni siquiera cuando la moda consistió en ir contra las formas, hábitos y costumbres, quizás entonces cuando menos. Nada es más valiente que la sinceridad, quizás tampoco nada tan imprudente. Prudencia y valentía no combinan fácilmente. Según observo, no es sencillo distinguir franqueza de grosería.

La habilidad de decir la verdad (aunque la verdad es que no me atrevo a definir qué cosa sea) sin producir daño ajeno ni sonrojo propio no es frecuente, no ahora al menos, tal vez lo fue antes en épocas de las que yo no tengo recuerdo. Hoy no es infrecuente oír relatar toda clase de intimidades en todo tipo de contextos.

El abuso del teléfono móvil y la obsesión por que se sepan todas las vicisitudes de cada día convierte la vida, por paradójico que parezca, en un escaparate de secretos. Hoy está más a la moda quien más privacidades confiesa sean propias o incluso no lo sean. No hay hecho, pormenor o detalle que no encuentre consumidor, espectador o interesado a quien propagar o, si es posible, mejor vender miserias, desgracias, infortunios o estrecheces. Pero ha de advertirse que lo que se cuenta, en cuanto se hace, adquiere vida propia: las palabras, lo relatado, se parece mucho al aliento que cuando abandona a nuestra boca ya no para ni vuelve no al menos como cuando unas y otro renunciaron a nuestros labios.

En alguna parte, hace ya mucho leí que antes de decidirse a contar los propios asuntos hay que pensar en el interlocutor al que dirigirse. Si se cuentan los problemas a un amigo que de verdad lo es, le causamos una pena o sufrimiento que para ninguna persona querida se desea. Si optamos por transmitirlos a alguien que nos es o para el que somos indiferentes el relato se convierte en una pérdida de tiempo para ambos y, bien mirado, el tiempo es nuestro primer y principal bien por lo que resulta más ventajoso para ambos: voz y oído, prescindir de la narración de los males. Si, por último, es un enemigo quien escucha nuestros conflictos, aprietos y dificultades la explicación se convertirá en un chisme capaz de proporcionarle la satisfacción o contento propio que canjea la desgracia del odiado. Opción que tampoco parece la mejor.

Según se ve, la moda en modo alguno pero la vida consiste en una personalísima combinación de verdades contadas y silenciadas. Hoy lo valiente es ser reservado, no guardar esa moda de ser vocero de experiencias en las que, como testigos o protagonistas, el más atendido es el que más airea. Todo sea por un minuto de gloria así se trate de una gloria astillada o emponzoñada desde el principio. En todo caso, como una gota de lluvia en el río, todo se funde y queda tal vez también esto pues nada es meramente relato, ni siquiera el silencio ofendido.

Profesora de Derecho. Universidad de Zaragoza