Cada día, unos 200 españoles se aferran a su tarjeta de embarque y ponen rumbo laboral a otras tierras, aterrizando en aeropuertos que funcionan como tales. Casi tod@s con estudios superiores y entre 25 y 35 años, esa edad con toda la vida por delante pero con suficiente bagaje y e incipiente madurez como para enfrentarse a culturas e idiomas diferentes. Detrás dejan el país que los crió invirtiendo cuantiosas sumas en su formación, que ahora será rentabilizada por otros mercados laborales en los que dejarán un valor añadido limpio de polvo y paja, contribuyendo al incremento de un PIB de acogida mientras el suyo se devalúa por falta de la innovación que ellos no podrán aportar. Aquí se quedan los mileuristas compitiendo por escasos empleos cada vez más precarios y con perspectivas vitales muy limitadas, circunstancias que abonan un avinagramiento del carácter y la extensión de la mala leche en lo social. Será para que no se vuelva a repetir un éxodo tan selectivo que los presupuestos de Educación de las comunidades y del ministerio han recortado más de 3.000 millones de euros desde el 2010. Qué egoístas los valientes, yéndose a buscar el jornal y la vida con horizontes lejos de este páramo, no como el ministro de Economía, que sacrifica un sueldo de 300.000 euros para agarrarse a uno de 70.000. Querrá emular la trayectoria de Rodrigo Rato, otro vip de las finanzas venidas a menos que, partiendo de la misma nómina, trampolineó hacia el FMI y de regreso a casa ya anda por los casi tres millones que pilla en Bankia. Periodista