Cada día que pasa es más evidente que a la mayoría de los políticos españoles, incluidos los de los nuevos partidos, le importa bastante poco su país y menos aún la gente que lo habita. En el PP nadie mueve un dedo para indicarle a Mariano Rajoy que con él como candidato va a ser muy difícil conseguir los votos necesarios para investirlo como presidente del Gobierno, pues es enorme el rechazo que provoca en todos los demás. Pese a ello, el señor de Pontevedra se empecina en obtener la confianza de los diputados sin hacer el menor gesto para ganarla. Casos como el frustrado nombramiento del exministro Soria o el apoyo tácito a la senadora Rita Barberá son muestras definitivas.

En el PSOE todavía están peor. La vieja guardia y algunos barones andan segando la hierba bajo los pies de Pedro Sánchez, en espera de que los resultados electorales del domingo en Galicia y el País Vasco sean lo suficientemente desfavorables como para arrastrar al secretario general a una dimisión obligada.

En Podemos se ha abierto la caja de los truenos y, una vez abandonada la frescura y la ilusión que despertó en su primer año, sus dirigentes andan peleando como posesos por controlar el aparato del partido y mantenerse así en el poder y en el cargo a toda costa. La lucha que se ha desatado por el control en Madrid y en Andalucía, al más viejo y rancio estilo de la vieja política, es una prueba de que los de Podemos han adoptado los peores vicios del sistema que criticaron, con tanta razón, para cambiarlo. En Ciudadanos, que quiere servir tanto para un roto como para un descosido, no hay más cera que la que tiene su líder Albert Rivera, tan omnipresente como contradictorio, que igual apoya a Sánchez como a Rajoy, y que es capaz de justificar, con argumentos tan peregrinos como inconsecuentes, las corruptelas socialistas en Andalucía y las populares en Madrid.

En los partidos nacionalistas e independentistas, el despiste crece por momentos, y aunque dejan claro que su hoja de ruta es tener un Estado propio, sus diputados tan pronto votan a favor de la candidata del PP para presidir el Congreso como anuncian que serían capaces de aparcar sus reivindicaciones máximas para apoyar un gobierno encabezado por Pedro Sánchez. Y así, mientras los de la casta política andan metidos en sus cosas, que no son las de la gente, el país sigue sumido en un estado de abulia y desánimo colectivos, sin otro horizonte que ver pasar un día más. Edificante.

Escritor e historiador