Gobierno y alrededores celebraron estrepitosamente la última encuesta de población activa (EPA), la de junio, que reflejaba una creación de empleo modesta pero que por fin marcaba un cambio de tendencia y rompía el círculo vicioso de la crisis. Sin embargo, basta con rascar un poco para que aflore el boquete entre las cifras oficiales y la realidad de la calle y se constate la fragilidad de los cimientos de la incipiente recuperación económica española. Ni más ni menos que 93 de cada 100 contratos de trabajo firmados en España el pasado mes de julio eran temporales. Y después de la flexibilización aprobada a finales del 2013, cerca de 100.000 de los nuevos ocupados en el segundo trimestre del año lo fueron a tiempo parcial. Con sectores tan evidentemente estacionales como la hostelería y el comercio a la cabeza. Mientras, el total de horas trabajadas seguía bajando.

No faltan las voces que aun admitiendo que los empleos que se crean son precarios e inestables y los sueldos son muy bajos, sostienen que más vale eso que nada, e incluso señalan este tipo de empleos como un asidero para salir del hoyo del paro, un paso intermedio que tiene que permitir acceder a empleo de más calidad más adelante. No se vislumbran sin embargo síntomas que sustenten esa teoría, y sí los hay en cambio de la aparición de una creciente franja de población precarizada pese a tener empleo.

SIN REMEDIO

También es inexacta e interesada la comparación con los minijobs, fórmulas habituales en países como Holanda o Alemania. Entre otras razones, porque la legislación española ofrece muchas menos garantías a los empleados. Y porque mientras en esos otros países la gran mayoría de quienes trabajan a tiempo parcial lo hacen porque es el tipo de empleo que mejor se adapta a sus necesidades, en España dos de cada tres lo aceptan porque no tienen otro remedio.

Ante más que probables nuevas reformas en el mercado laboral, conviene no olvidar que si bien cierta flexibilización puede ayudar a combatir la lacra del paro, los efectos de un exceso de desregulación son nefastos y contraproducentes. Solo conducen a mayores desigualdades y a que una parte significativa de la sociedad no pueda contribuir a reactivar el consumo ni a sostener el Estado del bienestar. Ni tener esperanza, aunque trabaje unas horas o de vez en cuando.